<•> Capítulo doce <•>

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—¿Eh? ¿Una amiga? —el castaño asintió—. ¿Y eso qué? ¿Con qué se come, o qué?

—¡Dereeek! ¡Sé que eres un imbécil, pero no te pases!

—No quiero nada de citas, nada de amigas, nada de nada, ¿quedó claro? —me recosté en la silla y estiré mis brazos, soltando un suspiro— Apenas ayer me declaré homosexual...

—Eres bisexual —recalcó esa palabra y tomó asiento—. Siempre te habían gustado las chicas. Además, tienes un hijo, y aún estás casado.

—El día había sido perfecto —exclamé con ironía—. Siempre me recuerdan la desagradable desición que tomé al contraer matrimonio con una pendeja.

—Amabas a esa pendeja —respondió de inmediato.

—Me alegra que lo digas en pasado, porque es ahí donde ella y esos sentimientos se deben quedar —puse la vista en la pantalla y él se dedicó a mandar unos mensajes en su teléfono—. No te pago para que estés de vago —dije, enojado por su actitud.

—Anda, vamos, sólo es una salida de amigos. Será una cita doble, iré contigo. Tomamos unos tragos, comemos algo... —negué.

—¿Acaso sabes lo que me duele no ver a Vincent el día entero? En ese tiempo podría jugar con él, en lugar de verme con alguien que seguramente, es una decerebrada.

—El decerebrado eres tú, Zelinda es un amor de persona.

—¿Zelinda? ¿Ese es su nombre? —con un movimiento de cabeza, me dijo que sí—. Oh, vaya, no me lo tomes a mal; pero su nombre no me da buena espina —hablé, bajando un poco la voz, como si fuera un secreto.

—¿Ahora usas la intuición? ¡Oh, vamos! Ella es una lindura.

—Entonces sal tú con ella, y asunto arreglado.

—Sólo somos amigos.

—No me interesa. ¿Qué parte de no quiero no comprendes? —como mi primo estaba justo al frente de mi y me bloqueaba la vista, corrí un poco la silla para ponerle sonreirle a Ivo—. Actualmente, me gusta alguien. ¡Cero chicas! —levanté ambos brazos y di un vuelta entera con la silla.

—Luces como si estuvieras enamorado —mostró disgusto con una mueca.

—¿Qué tal si lo estoy? —añadí.

—Es muy poco tiempo, primero invítalo a cenar y luego hablas de enamoramiento—sonreí a más no poder—. ¡Pero luego de que salgas con Zelinda! —la sonrisa desapareció.

—Ya te dije que no. Pero lo haré con Ivo, eso si me interesa, aunque será otro día; no quiero que me vea como un desesperado.

—Desesperado estás... Oye, si me dices que no, prepárate para tener a tu peor pesadilla encima todo el día —me sonrió enormemente y yo, no comprendí...

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Vale, sólo me bastaron unos minutos, para tenerlo encima —literal—. Estaba abrazado a mi cintura, se había pegado como un molesto chicle en el cabello.

—¡Maldición, quítateeee!

—¡Noooo! ¡No hasta que aceptes!

—¡Dios! ¿Qué hice para tener que aguantar a este mocoso? —estábamos dando vueltas por todo el lugar, y él, estaba sostenido de mí como un oso perezoso.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora