<•> Capítulo cincuenta y dos <•>

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—Cierra la maldita puerta y que ese hijo de puta no salga.

—¿Está seguro...? Señor, él está...  armado.

Pasé saliva con dificultad, recreando en mi mente cualquier desenlace desastroso.

—Déjalo. Traten de mantenerlo calmado y que ni se le ocurra ponerle un dedo encima a Kay, o los niños. Llego en unos minutos.

—Por favor, apúrese.

—Ni me lo digas —terminé la llamada y corrí a mi oficina por mi celular.

—¿Todo en orden? —Romy también se acercó corriendo hacia mí—. ¿Quiere que llame a la policía?

—Diablos, no —por nada del mundo. Era lógico que las cosas empeorarían—. Debo pensar con la cabeza fría, Romy. Mi excuñado es un loco de primera.

—De acuerdo —se mostró preocupada—. No dude en llamarme si algo sucede.

—¡Gracias! Dile a Ivo que lo llamo luego.

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Estuve a punto de chocar contra un auto por la velocidad a la que iba. ¡Maldito hijo de puta! Ahora sí me conocería. Si tan sólo pensaba en volverle a pegar a mi hermana, me  las pagaría.

Llegué en quince minutos, cuando en cualquier otro momento, hubiera llegado en media hora. Suspiré, y dudando un poco de lo que haría, mandé a la mierda el poco raciocinio que me quedaba. Así que saqué el arma que tenía en la guantera y salí del auto.

Caminé a pasos apresurados mientras le quitaba el seguro a la 9mm que llevaba bastante tiempo conmigo. Me dirigí al jardín trasero e ingresé con sumo cuidado la puerta de vidrio corrediza.

—¡Muévete, anciano y te vuelo los sesos! —le gritó a Sylvio y lo amenazó con el arma cuando quiso ponerse de pie.

—¿Ah sí? —dije, poniendo yo la mía justamente en su nuca—. Veamos quién es más rápido, entonces.

—Maldito.

—¿Cómo saliste?

—¿No conoces algo que se llama abogado?

—No te hagas el gracioso, Horst —mi vista se dirigió hacia mi hermana, quien estaba en los brazos de Ilse, golpeada...— ¡¿Qué quieres?! ¡¿Qué quieres para que puedas irte de la vida de mi hermana de una vez por todas?!

—Dinero —eso era obvio—. Quiero unos cuantos millones —con el pulso tembloroso, comenzó a apuntar a toda mi familia con el arma—, los suficientes para irme a Italia un tiempo.

—De acuerdo, te daré lo que quieras. Tira el arma —le exigí, a medida que con mi otro brazo, le hacía presión en el cuello. No hubiera importado matarlo ahí mismo—. ¡Qué la tires, te estoy diciendo!

Una risa tétrica llenó el living, para que después, levantara el brazo y disparara contra su hijo. Y yo... No podía pensar correctamente, mucho menos cuando escuché a las chicas gritar. No sabía en qué momento lo tiré al suelo, golpeándolo con la culata del arma. Posteriormente, mis puños estaban dejándolo con el rostro casi irreconocible.

—Tío, déjalo, déjalo, por favor —exclamó Dustin cuando me vio apuntarle en la cabeza— ¡Qué lo dejes! —de alguna manera, pude volver a la realidad—. Estoy bien, mira... Estoy bien.

—Ilse, llama la policía —solicité.

Acto seguido y con toda la desesperación del mundo pegué a Dustin contra mi cuerpo para abrazarlo como si no hubiera nada más que hacer. Podía ser malcriado y rebelde, pero era mi familia y lo amaba con todo mi ser.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora