<•> Capítulo cincuenta y ocho <•>

15.3K 1.3K 488
                                    


°


 
°

[Derek]

El maquillaje que escogió simple y sencillamente, le quedaba perfecto. Él era como un gato, arisco de vez en cuando, tímido... Hermoso. Estaba encantado, pues siempre pensé que sus rasgos eran bastante femeninos, pero verlo así, era como si toda la belleza del mundo se juntara y se acoplará directamente en él.

Seguí besándolo, disfrutando de sus ricos labios a mi antojo. No le di chance alguno a responder a mi pregunta, sólo, seguí tocándolo, sacándole aquella mirada que podía excitarme en un segundo.

—¡Queremos ver cóm...

Me incorporé al instante. No podía ser posible que siempre me pasaran ese tipo de cosas por ser tan malditamente ¡ESTÚPIDO!

—Eh, perdón, hermanito querido.

—Nah, descuida, Kay —exclamé con evidente sarcasmo y diluyendo mi enojo—. Eso me pasa por no cerrar la ¡la puta puertaaaa!

—Perdón —me dijo mi prima.

Aquellas dos, se estaban muriendo por retener la risa, y yo, no entendía el por qué.

—Tú ni hables porque estoy seguro que fuiste tú —me acerqué a ella y puse mi dedo en su frente, haciéndole presión y obligándoa a retroceder—, quien dijo que vinieran. ¡Pervertida!

—Al menos, límpiate la boca, cariño —señaló sus labios y se carcajeó enormemente.

Fruncí el ceño y me acerqué al espejo. Mis labios estaban negros, manchados por haber arruinado el maquillaje de Ivo. No pude evitar que el calor se me subiera al rostro.

—¡Vámonos, Ivo!

Caminé hasta él y lo tomé del brazo, para así, poder besarnos a gusto en mi habitación.

<•>

—Buenos días, señor Lane —saludé y besé su frente.

—¡Holaaa! —me sonrió de vuelta.

—¿Por qué tan animado, eh? —le pregunté, estrujando sus mejillas, que contenían el reciente trozo de chocolate que masticó.

—Es que me usta navi-navidad.

Ya habían transcurrido varias semanas. Estábamos en pleno invierno, por lo que todos andaban por sus bufandas y abrigos grandes que proporcionaban una rica calidez. Yo era protagonista de eso. Pero, Ivo... Él era el rey de portar ropa caliente. Y en ese mismo momento, llevaba un lindo gorro tejido con un pompón arriba.

La manera en la que me sonrió, me demostró lo que decía, pues lucía como un niño de cinco años.

—Se nota —respondí—. Así que creo que te va a gustar la fiesta de la empresa.

—¿Festa? —cuestionó, haciendo una tierna mueca.

—Fiesta. Repítelo.

—Fi-Fiesta.

—Sí. ¿Es que acaso no te comenté nada? —negó tiernamente, volviendo a degustar del chocolate, que esta vez, era blanco—. Será la próxima semana, pero pensaba decirles a todos mañana, ¿qué más da?

—¿Si-Siempre hace? —dije que sí, con ligero asentimiento.

—Me gusta que después de soportarme, disfruten. No es nada elegante, en este caso rompo estereotipos —vamos, tampoco era el hijo de perra que todos creían—, hacemos juegos de mesa, bebemos, algo informal, sin cámaras ni discursos raros ante un micrófono frente a todos —el asintió con atención—. La empresa se cierra por todo un sábado y nos reunimos en una de mis zona privada, en Postdam.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora