<•> Capítulo siete <•>

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—¿A quién demonios le dices eso? —Sophie entró a mi oficina, y me llevé la mano al pecho por el susto.

—¡Maldición! —grité— ¿Otra vez entrando así?—luego, dejando atrás el regaño, y dándome cuenta de sus palabras, exclamé—: ¿¡Escuchaste!?

—Obvio —respondió, levantando los hombros. Mi vista llegó a los papeles que tenía—, soy experta en pegar la oreja a la puerta y escuchar cosas que no me interesan pero que son buenas para el chisme del día.

—Ah... —cerré los ojos y asimilé lo peligroso que era que Sophie me escuchara—. Cierto, olvidé que eres una chismosa de promedio excepcional. Ya —terminé el tema—. ¿Qué es eso? Dámelo —le pedí, haciéndole señas con la mano.

—Es de la empresa de maquillaje —se sentó y le dio una ojeada a los papeles—, me enviaron todo esto por fax, dicen que pensándolo bien, no están de acuerdo con las condiciones de campaña.

—¿Qué, qué? —los tomé y comencé a pasarlos uno, por uno—. ¡Pero si todo estaba en orden! ¡Prácticamente era una propuesta que no podían rechazar!

—Lo sé, revisé todo. Necesito que me ayudes, eres el único que puede persuadirlos...

—¡Todo yo! —reclamé como un niño—. Lo haría si el fax me lo hubieran enviado a mí, Sophie...

—Sí, pero lamento decirte, que tú, eres el dueño de todo esto —pasó la vista por todo el lugar—. Además, es un cliente que no podemos perder, y eso lo sabes.

«La odio. La odio porque siempre tiene la razón».

Estando ella presente, llamé a los encargados. Estaba a punto de mandarlos a la mierda a todos; pero, cerrando los puños, me contuve de golpear la mesa cada vez que salían con un estúpido reclamo. Al fin y al cabo, nos encargamos de solucionar todo de la mejor manera. Aunque a mí, me llevara el diablo...

—¿Y bien? —me preguntó cuando colgué.

—Listo; te enviarán los nuevos documentos.

—¡Yei! —habló, levantando los brazos.

—Es tu trabajo... ¿Cuándo serás responsable?

—Uy, mira quien habla...

La ignoré. Ordené los papeles, golpeándolos contra la mesa y se los entregué. Después, abrí unos correos recién recibidos. Sentía su mirada acosadora encima de mí.

—Habla y déjame trabajar en paz. —en serio era incómodo.

—¿A quién le dijiste eso? —cuestionó de inmediato.

—A nadie —contesté.

«¡Alguien quítemela de encima, por favor!», rogué.

—Mmm... Supongamos que no se lo dijiste a nadie. Pero hay algo que me tiene pensado... —hizo pose de filósofa.

—¿Tú pensando? —solté un largo silbido—. Eso si que es novedad.

Me regaló una sonrisa totalmente fingida.

—Esa palabra: «lindo»; tiene género masculino.

Traté de ser sutil, por eso, puse el codo izquierdo en la mesa y me cubrí el rostro con la mano; un sonrojo comenzó a aparecer rápidamente en mi rostro. Fingí estar ajeno a su comentario, y seguí viendo los correos.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now