<•> Capítulo diecinueve <•>

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—Oh.

Fue lo único que salió de mi boca. Ahora, el incómodo era yo. O sea, que hasta hacía poco, él salió con una chica. Tal vez, mis ánimos se desplomaron en cuestión de segundos.

Miré a mi jefe, su rostro denotaba preocupación.

—Pero —Zelinda continuó—, él no mostró interés alguno, ni por educación. Así que fue un asco.

—Tienes toda la razón —su modo agrio de contestar, me lo dejó claro—. Ivo, ¿podemos irnos ya?

Unas molestas mariposas aparecieron en mi estómago, cuando tomó mi mano. Quería morir, al sentir como sus largos dedos se entrelazaban con los míos.

Balbuceé, tratando de buscar una respuesta a su acto. Pero me detuve al ver que la vista de Zelinda viajó hasta la unión de nuestras manos.

—Ya veo. Creo que ahora tu desinterés se justifica —reclamó—. ¿Tan rápido cambiaste a Jörg? —me miró con reproche.

Ella conocía a mi expareja. Jörg solía acompañarme a esa tienda. Sin embargo se aburría con rapidez.

Sólo pude bajar la cabeza, bastante avergonzado.

—Vámonos. Esto se está poniendo incómodo —la presión de su mano se incrementó, al punto de provocarme un poco de molestia—. Cuiden al cachorro, por favor.

Fue en ese momento, donde no me dio tiempo alguno de reaccionar, pues ya estaba siendo dirigido hasta la puerta. Salimos, y caminamos hasta su auto, aún agarrados de la mano.

Él buscaba las palabras para disculparse, y aún sin soltarme, me preguntó:

—¿Todavía quieres cenar conmigo? —su voz estaba serena, y temblorosa

—Sip —le respondí, mirándolo a los ojos.

A decir verdad, me entristecía que saliera con alguien más; pero ahora estaba conmigo. Además, el lindo gesto que tuvo al sujetar mi mano, me dio a entender que estaba preocupado; tenía miedo de que no fuera a cenar con él.

—Bien, me alegra.

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Me sentí fuera de lugar al entrar a  Lichterfelde, uno de los barrios ricos de Berlín.

Dejó su auto en la entrada, pues según me dijo, lo guardaría más tarde. Claro que las dimensiones de su hogar, comparadas con el mío, eran descomunales. Era de dos grandes plantas, y tenía unos lindos y elegantes ventanales.

Suspiré, e inicié la manía de torcer mis dedos. ¿Y si no le caía bien a su sobrino? ¿O si les estorbaba?

—¿Estás bien? —negué.

—Es que nervios...

—Bueno, no debes tenerlos. Además, es mi casa, y haz de cuenta que también es la tuya, ¿okey? Y espero que no te moleste... —rascó su nuca.

—¿Qué?

—Ellos ya saben de tu problema —más apenado no podía ponerme—, así que no te sientas mal si te equivocas con alguna palabra, ¿está bien? —asentí.

Cuando ingresamos a la casa, todo estaba reluciente y perfectamente acomodado, aunque uno que otro juguete y mantas, estaban regados en el suelo del living. Un lindo niño salió detrás del sofá, y me miró, entrecerrando los ojos.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now