<•> Capítulo veinticuatro <•>

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—¡¿Qué mierda?! —grité, y ella mostró incomodidad, tocándose el oído.

La preocupación me estaba ahorcando, las manos me temblaron e inmediatamente, pensé lo peor.

—Está en el Hospital General, en urgencias —mierda, eso evidenciaba la gravedad del asunto.

—Bien, iré con él —enarcó las cejas y asintió, mientras me arreglaba el traje—. Dile a mi prima que se encargue de las reuniones que están programadas para antes del medio día.

—¿Volverá después de esa hora?

—No puedo asegurar nada, yo te llamo.

Dicho esto, salí de ahí como alma que se llevaba el diablo.

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Caminaba por todo el lugar con evidente preocupación. Imaginado el peor de los resultados. Inexplicablemente y aunque llevaramos poco tiempo de conocernos, no pude evitar sentir temor... Mucho temor.

Y todo aquello me estaba poniendo más nervioso: el dolor a hospital, el ruido de las ambulancia y llantos...

Al girar por un pasillo, y ver una serie de cortinas, me di cuenta que ahí estaba, sentado y escuchando con atención lo que el médico le decía. Vi que su brazo izquierdo tenía puesto un cabestrillo en el típico color azul y una parte de su rostro tenía un espadrapo.

Suspiré, tocándome el pecho para inhalar mejor. Algo de alivio me embargó al verlo «bien» dentro de lo que cabía la palabra.

—Ivo —llamé su atención, pero miraba para todos lados, buscando la voz. Así que me acerqué.

Abrió grande los ojos e iniciaba con su tartamudez tierna y nerviosa de siempre.

—U-usté, a-quí.. ¿Qué?

—Romy me dijo, no podía dejarte así, por eso vine. ¿Cómo estás? —me arrodillé, puse mis manos en sus muslos y los acaricié.

«¡Atropellado, imbécil!»

Maldita conciencia.

—Ah, du-duele too —y a mí me dolía verlo así—. Pe-pero bi-bien.

—¿Usted es...? —cuestionó el doctor, metiendo una pequeña libreta de notas en uno de sus bolsillos.

—El jefe de Ivo.

—Oh, comprendo —dijo con arrogancia— Bueno, Ivo llama a alguien para que te lleve a casa —le sonrió— Estás muy golpeado como para irte sólo y en taxi

«¡¿Pero este imbécil quién se cree?! ¡¿Y por qué le sonríe a mi niño?!»

—Precisamente para eso estoy yo aquí—levanté una ceja.

Debía admitir que feo no era, pues debía tener muchos encantos con sus ojos azules y todo el asunto.

—Bueno, entonces acompáñeme al área de farmacia.

Mierda, hubiera escupido basura de no haber sido porque estábamos en un hospital. Pero, no era momento para ponerse celoso. Además, una pequeña y brillante idea se me vino a la mente.

—Regreso pronto, ¿vale? —lo sujeté de la barbilla y lo besé en la comisura de sus labios.

«¡Cómete eso, idiota! Mi traje es mejor esa fea bata blanca.»

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now