<•> Capítulo ochenta y uno <•>

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—¡Déjame, ¿sí?!

Comencé a parpadear rápidamente, a ver si así, reaccionaba de lo que creía era un gracioso sueño.

«Espera, ¿qué?»

«¡¿Qué?!»

Se levantó y sacó de uno de los cajones de la mesa de noche, un sobrecito de lubricante. Traté de detenerlo, quizás muy, muuuy en el fondo; mas fue demasiado tarde. Sus acciones me demostraron que aquel, no era mi novio; era un loco y sexy depravado que estaba apunto de quitarme mi otra virginidad.

Se deshizo de su ropa completamente, se puso cómodo y comenzó a masturbarse sin una pizca de vergüenza, con todo el descaro del mundo. Deslizaba su mano por su largo y grueso pene y este, comenzaba a mojarse.

«¿Qué?», volví a decir.

—Derek...

—¿Qué esperas, precioso?

—¿E'tás seguro, Derek?

—A ver —arrugó un poco la frente y yo enarqué las cejas—, no puedo hacerlo sin tu ayuda.

Abrió el sobre de lubricante y lo dejó fluir por todo su trasero, al cabo de unos segundos, dirigió sus dedos a su entrada.
Y yo estaba ahí, sentado, mirándolo y con unas ganas tremendas de tocarlo.

En todo momento, su mirada estaba clavaba en la mía.

—Te estás tardando —dijo, luego de pasarse la lengua por los labios—, ¿no crees?

Pero yo, simplemente no estaba reaccionando, estaba demasiado aturdido y embobado por verlo comportándose de así.

Transcurrieron unos minutos y ya tenía tres de sus dedos en su interior. Sus expresiones de dolor, habían dicho hasta luego. Había comenzado a gemir de una manera muy candorosa, al punto de ser terriblemente provocador.

—Ya veo porque tú haces unas caras tan deliciosas, mi amor... —su rostro seguía manteniendo un color rojizo bastante curioso, y con una sonrisa preciosa—. Esto me está gustando mucho. ¡Aaahh! Oh, joder...

Siguió otro rato así, y yo seguía sin moverme de mi posición, manteniendo mis piernas juntas y frotándolas un poco entre sí. Trataba de cubrir mi entrepierna con mi suéter, el cual comenzaba a tener una mancha húmeda.

—¡Listo!

—¿Eh? ¿Qué co-cosa?

—Yo, cariño. Voy a montarte, ¿de acuerdo?

Mi cara seguramente era de lo más graciosa debido a la confusión.

Se levantó, y del bolsillo de su pantalón —el cual había terminado en el suelo—, sacó un preservativo y me lo colocó calzando perfectamente a mi medida.

Tenía muchísimo miedo, aunque poco a poco, ese miedo se estaba tornando en curiosidad, emoción...
Nuestros tamaños eran muy diferentes entre sí, pero ese no era el problema. El problema surgió cuando Derek trepó encima de mí. Ese hombre era terriblemente pesado.

¡Me iba a aplastar!
¡Me iba a hacer puré!

Salí de mis pensamientos cuando realizó de nuevo su típico, pero hermoso gesto antes de empezar: Me besaba la frente.

Tomó mi hombría y la puso en su entrada. Me regaló una mirada descarada y con una lentitud de mil demonios, me deslicé en su interior casi por completo. Me asusté un poco, me dolía el glande y no sabía si era normal o no. Pero al ver su cara... Todo cambió.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now