<•> Capítulo sesenta <•>

16.1K 1.3K 667
                                    



 
°

°

Decirle como me sentía fue necesario. Dejarle en claro lo importante que estaba siendo para mí, lo fue aún más. Y probar sus labios luego de hacerlo, simplemente me llenaba de vida.

Casi cinco meses juntos. Muy poco a decir verdad, pero suficientes para hacerme saber lo mucho que habían cambiado mis sentimientos. Lo mucho que había cambiado la manera... De ver lo bueno que estaba pasando frente mis ojos.

Admirar sus largas pestañas tan oscuras como su cabello y mimarlo mientras dormía, se hizo costumbre. ¿Qué más podía pedir la mañana del 25 de diciembre? Mi pequeño bebé estaba a mi lado, y al lado de él, estaba mi otro bebé.

—Papi, tengo hambre y frío —ante esto, me ví obligado a abrazarlo con más fuerza para transmitirle mi calor corporal.

—¿Tú no estabas dormido? —negó con una risa traviesa—. A ver, ¿qué tienes que hacer cuando ves a papi? —se tiró a abrazarme, estrujándome fuertemente por el cuello, para darme muchos besos en todo el rostro—. Ay, mi amor hermoso, te amo. Te amo muchísimo.

—¡Y yo a ti! ¡Te amo mucho, papi!

Podía escuchar esas palabras durante todo mi vida, y nunca me cansaría.

—¿Qué te parece...? ¡Chocolate caliente!

—¡Sí, y galletas!

—Galletas entonces —me incorporé hasta estar sentado. Ordené mi cabello un poco y bostecé.

—¿Ivo? —comentó, tocándole el hombro con su dedito índice.

—Déjalo dormir, Vin. Anoche jugó mucho contigo, está cansado.

Recordé que no lo dejó tranquilo ni un minuto. Pero, agradecí en todo momento, que nunca se quejó por ello.

—Su nariz está roja —lo señaló—, ¡ja, ja, ja! Es lindo.

—¿Más lindo que yo? —pregunté. Tomé las sábanas y lo cubrí con ella, precisamente para taparle la nariz.

—¡Sí!

Tenía razón.
Pero, él era demasiado para dicha palabra.

<•>

En la cocina, mis dos confidentes y Margot hacían el desayuno. A ella, la regañé, pues era una invitada y no debía hacerlo. Seguidamente, me dediqué a supervisar el desayuno de Vin, quien se estaba ensuciando toda la pijama con las dichosas galletas.

—¿Aquel oso dormilón está hibernando? —cuestionó Margot.

—Eso parece. O mejor dicho, ese reno ayudante de Santa aún está hibernando.

—Parece Rodolfo —reí ante el nombre. Además, sabía muy bien  de lo que le estaba  hablando—. Ah, todo el invierno pasa con esa nariz de payaso. Será mejor despertarlo, si no lo haces, no hablarás con él hasta el otro día.

—¿Tanto duerme?

—Recuerdo a la perfección un día —se cruzó de brazos e hizo memoria, mientras yo tomaba asiento—. Cuando tenía por ahí de unos diecisiete... Se despertó a las cinco de la tarde y tras de eso, me preguntó si estaba el desayuno. ¡Fue el colmo de la vagancia!

Si yo hubiera hecho eso a esa edad, esa más que seguro que mi padre hubiese pegado el grito al cielo.

—Es un vampiro —contesté.

De pronto, percibí una cálida respiración en mi cuello, para después sentir como unos dientes se clavaban en mi piel, a tal punto de llegar a arderme muchísimo.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now