<•> Capítulo setenta y nueve <•>

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Mi cuerpo se tensó y el pulso se me aceleró. Sentí de inmediato aquel miedo exagerado que te hace querer salir corriendo, pero que la vez, te deja estático.

Pasé saliva con dificultad.

Ese nombre no lo olvidaría por nada del mundo.

Tenía que ser una broma.

¿Por qué tenía que encontrarme con él de nuevo? ¿Es que acaso estaba Andrés por ahí también? Porque lo que más me preocupaba, era volver a encontrarme con el hermano mayor. Y lo que más quería en el mundo era no volverlos a ver. A ninguno de los dos, a ninguno de sus amigos.

Su mano me estaba deteniendo, y eso me provocaba asco. Por eso, mi mano se estampó contra su mejilla derecha, haciendo que cerrara los ojos y volteara el rostro.

—No me toques —hablé fuerte y claro, haciendo que me soltara—. No otra vez...

Derek estaba confundido, y con la intención de alejarme del tipo, me empujó hacia adentro y cerró la puerta.

Estaba tan desconcertado que ni siquiera pude disfrutar lo lindo y elegante que lucía su departamento.

—Lo siento —le dije a mi castaño, al ver que se estaba enojando, pues Dylan no dejaba de golpear la puerta, pidiendo a gritos que lo escuchara.

—¡Quiero hablar contigo! ¡Por favor! ¡Una vez aunque sea!

—Es insistente el hijo de puta —comentó Derek.

—¡Necesito disculparme!

¿Disculparse?
¿Tantos años después?
¿De qué servía?

Ya habían hecho lo que hicieron.
Las disculpas no iban a mejorar nada. El tiempo se estaba encargando de eso.

Saqué de la bolsa una lata de cerveza. La abrí, y me la bebí toda de un trago. Era tal vez una única manera de adquirir cierto valor para enfrentar sus «disculpas».

Estaba apunto de abrir la otra cuando mi adorado jefe me lo impidió.

—Oye, oye... Luego, ¿sí? —me quitó la lata y la alzó lo más alto que podía, obligándome así, a ponerme de puntillas y así exigir que me la devolviera—. Déjame algo, enano.

Sin contradecirlo, me dirigí a la puerta. Ahí estaba ese maldito idiota. Regalándome un rostro de «arrepentimiento». Me daba rabia, muchísima rabia tener que encontrármelo cuando estaba siendo feliz, tratando de olvidarme de todo.

Traté con todas mis fuerzas mantener la compostura y no comportarme como él y su hermano solían hacerlo; pero no pude. Cerré mis manos y comencé a golpearlo. Una y otra vez, cada vez más. Y él se dejó.

—Golpéame todo lo que quieras —sus palabras desentendidas me enojaban más. Y por supuesto que seguí.

—Cariño, detente.

Derek me jaló de la ropa y me abrazó. Me aferré tanto a él, que pensé que le molestaría. Mi respiración estaba alterada, y no tenía ni una pizca de ganas de llorar. Las manos me temblaban por la ansiedad de querer seguir golpeándolo.

—Si vas a hablar con él, hazlo adentro —dijo Derek—. Es la primera vez que vengo en dos años, y no quiero escándalos. ¿Te parece, precioso? —me tomó de la barbilla y me hizo mirarlo. Yo asentí.

Me separé de Derek y volví a colocarme frente a Dylan, enseñándole mis cinco dedos.

—Cinco mimutos... Tch, mierda —no tenía que equivocarme—. Sólo eso, ¿sí?

Perfecta ImperFecciÓnTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon