<•> Capítulo dieciséis <•>

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[Derek]   

Puse mi saco sobre la silla y me tiré a ella con pesadez. Me dolía la cabeza de tanto escuchar propuestas sin sentido. Sin embargo, unos toques a la puerta, que estaba entreabierta me despertaron. Levanté la mirada, y Romy me dijo:

—Señor, tiene una llamada del colegio de su sobrina.

—¿Eh? —me mostré confundido, nunca me llamaban a mí, a no ser de que pasara algo grave—. Maldición, ¿qué habrá pasado? Okey, ¿en qué línea?

—Cuatro.

—Gracias.

—Con permiso —se dio media vuelta y cerró la puerta.

Descolgué la bocina.

—¿Señor Kellerman? —era una mujer.

—Sí, ¿qué desea?

—Mi nombre es Vicky, soy la directora de la escuela de Dietlinde.

—Ajá... —estonces, sí había pasado algo.

—Le llamo para solicitar su presencia lo antes posible a la institución. Su sobrina tuvo un problema con una compañera. Sé que usted es alguien muy ocupado, y también conozco la situación actual de su hermana; pero necesitamos hablar.

«Ay, mocosa...», pensé, pasándome la mano por la cara.

—Gracias, estaré ahí en un rato...

Colgué y arreglé mi cabello antes de salir de la oficina. Entonces, le dije a Romy que se encargara de cancelar una o dos reuniones. Empecé a caminar y cuando giré por un pasillo, casi me muero del susto cuando Ivo y yo, chocamos.

Tal vez por la inercia del momento, él puso sus pequeñas y temblorosas manos en mi abdomen. Formó una «o» con sus labios, y con lentitud comenzó a moverlas de arriba a bajo, haciendo un poco de presión.

—¿Te gusta? —cuestioné, levantando las cejas y sonriendo de lado. Sus mejillas adquirieron un color rojo—. Puedes seguir tocando si así lo deseas.

—¡Ay! —exclamó— ¡Lo si-siento! —se tapó el rostro y dijo—: Yo iba bu-buscar, es que yo... un favo-or de usté.

—¿Un favor? —ignoré que había dicho mal el pronombre—. ¿Qué es?

—Es que he-hemana tuvo un... una pelea en escu-cuela, y mama no puede ir —me miró a travez de la brecha que había hecho con sus dedos.

—¿Qué? Espera, ¿una pelea? Mi sobrina también y tengo que ir para allá. ¿En qué escuela está?

Cuando me dijo el nombre del instituto, parecía como si todas las estrellas del universo estuvieran en perfecta conjunción. ¡Dios! Podía jurar estaba brincando de la felicidad.

—Ven conmigo. Yo te llevo, vamos para el mismo lugar.

—¿Eh? Nooo, es que no molesta, molesto, no quiero. ¡No qui-iero molesta-tar!

Me acerqué a él un paso, obligándolo a retroceder. Me tomé la libertad de pasar mi mano por su pecho, simulando eliminar las arrugas inexistentes de su ropa.

—Me voy a enojar la próxima vez que digas que molestas. Y te aseguro que no quieres verme así.

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Ambos entramos a la oficina de la directora guiados por la secretaria. La puerta estaba abierta y las dos niñas se encontraban en las grandes sillas.

Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora