<•> Capítulo cinco <•>

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—No —me levanté, comencé a dar vueltas por la oficina y continué—: No tengo por qué tener miedo; sé que ella es el demonio en persona, sería capaz; pero no...

—Ella podría venir y reclamar estos dos años ante una corte y...

—¡Ya lo sé! —la interrumpí— No tienes por qué recordármelo. Sin embargo, ella debe de saber que yo no voy a permitir que venga y haga lo que se le pegue la puta gana —me pasé la mano por la boca y luego la puse en mi cadera—, ella ya no tiene el derecho de reclamar a mi hijo.

Estaba tenso, el coraje me consumía y mis manos temblaban desesperadas por buscar un blanco rígido al cual golpear con mucha fuerza. Sólo el hecho de recordar a la madre de Vincent, hacía que mi humor cambiara por completo, queriendo mandar a la mierda a todo y a todos.

Ostinado, me quité la corbata con rabia, ya comenzaba a asfixiarme y chasquie la lengua.

Sophie no se podía quedar con el pico cerrado, así que añadió:

—Sé que tú lo sabes; sé que ella no tiene el derecho de reclamar algo —se levantó y rascándose un pecho, caminó hasta la puerta—; pero también sé, que debes pensar en todas las desgracias que pueden ocurrir si ella llega a aparecer otra vez en tu vida —me señaló—. Que no te coja con los calzoncillos abajo, querido...

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Ya era imposible concentrarme al cien por ciento en el trabajo, en los contratos y condiciones de los socios. Además, no quería hacer algo mal, y que después fuera algo tan grave, que no pudiera arreglarlo, y así, perder un excelente y beneficioso proyecto. ¡Eso si que no!

—No voy a dejar que esa tipa me joda la vida de nuevo —dije en voz alta.

Llamé a la casa y avisé que cenaran sin mí, pero no sin antes que me dijeran cómo estaba mis tres nenes.

Ya eran las cinco con veinte y me puse de pie; necesitaba aire. También algo de beber.

Fui a la zona de descanso, había unos cuantos sirviéndose algo de los aperitivos, como galletas y algo de café. Una de las ventajas de trabajar en publicidad, es, que la compañía que contrata los servicios, debe de dar una pequeña muestra del producto, para calificar la calidad y esas cosas.

Entonces, mi vista se alegró cuando vi a Ivo, tomando café. Estaba distraído. Quizás aquello era una de las cosas de más me agradaba de él, la manera de ser tan ajeno al mundo que lo rodeaba, a lo que sucedía a su alrededor.

—Hola —le hablé.

—¡Waa!

Provoqué que se asustara y derramara el café, por el pequeño saltado que dio; manchó su guante y mostró un poco de dolor, arrugando el entrecejo.

—¡Jodeeerrr! ¡Lo siento muchísimo! No quise asustarte, Lane; ¡ay! Tu mano...

—No, no, yo bien, no preocupe.

Acto seguido, y de forma rápida, cogió unas servilletas y se agachó.

¡Y como todo buen caballero que era, lo ayudé!

Claro, sólo por... educación...

«¡Cállate! Eso ni tú te lo crees.»

Maldita conciencia.

Cogí las servilletas y ambos nos dedicamos a limpiar el piso, inutilmente, porque el papel se deshacía al contacto.

—Oye, lo siento —detuve sus manos, pero al hacerlo, un escalofrío recorrió mi cuerpo—. Sólo quería saber cómo te ha ido.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now