<•> Capítulo nueve <•>

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Sólo escuchaba los autos pasar de un lado a otro, él no decía nada, y eso fue alarmante para mí; pues Caleb era mi amigo de años, y nunca en ese tiempo me había juzgado por nada. Pensé en lo peor de su parte.

—Oye, cuélgame aunque sea, es incómodo, hombre —escuché un largo suspiro y luego una risa.

—Ay, Kellerman... Kellerman... Kellerman.

—Te estoy hablando en serio —dije, con la mirada perdida en las ondas de humo que soltaba el cigarro.

—Entonces, Sophie y James no mentían.

—¿Qué? ¿Acaso ellos...

—Sí —me interrumpió—, me contaron hace... —hizo cálculo— unas dos horas.

—Definitivamente los mataré —dije con firmeza—. ¿Y? ¿Te parece malo? ¿Qué opinas?

—No debo opinar nada, amigo; es tu vida, sabes que nunca te juzgaré —solté un suspiro de alivio—. De hecho, me alegra; necesitas sexo, mira que en estos do...

—¡Ssshh! ¡Cállate! Aquí nadie está hablando de tener sexo, Caleb. Además, eres el menos indicado para hablar.

—Tienes razón... —lo escuché aclarar la garganta y dijo—: Pero, ¿estás seguro? Lo conoces desde el lunes, quizás...

—Me gusta —fui claro—. O sea, no diré que estoy enamorado, pues sí; es muy poco tiempo, y lo sé muy bien. Pero, es guapo, me gusta verlo. Sus ojos azules son preciosos... Luce hermoso cada vez que sus mejillas se vuelven rojas. Muero a causa de diabetes escucharlo a hablar, porque es demasiado tierno.

—Y yo muero de diabetes escucharte, Derek, diu —ese último gesto, lo dijo imitando a una chica fresa.

—Hay algo que me interesa...

—¿Lo que me contaron esos dos? —asentí aunque él no me viera—. Me preguntaron si tú habías hablado conmigo, porque te volvías un tomate cuando estabas con ese chico —¡Aaah! ¡Malditos meticheeees!—, les pareció raro, y a mí igual; ya sabes, siempre me cuentas todo. Me relataron acerca de como derramaste su café, y como lo mirabas completamente extasiado de su belleza —hablaba como si estuviera relatando una vieja poesía—. También me dijeron como corriste hasta la entrada para dejarlo pasar a tu magnífica empresa.

—Mierda... —en serio le dijeron todo.

—No puede hablar muy bien, ¿cierto? Algo así me contaron.

—Sí, tiene un trastorno de lenguaje; disfasia —especifiqué—. Omite letras, conjuga un poco mal los verbos y tartamudea... —sonreí—. Pero debo añadir que eso lo hace lindo.

—¿Ya buscaste algo acerca de eso? —me pareció extraño.

—¿Buscar qué?

—Información. Puedes usar esa situación a tu favor. A veces, es incómodo hablar con personas así; dímelo a mí, que no todos desarrollan la fluidez necesaria para hablar mi segundo idioma —era un graaan presumido—. Puedes, acercarte más a él, ayudarlo a decir las cosas de forma correcta. Ambos ganarían, tú pasarías más tiempo con él, y él, aprendería a sobrellevar su problema —sentí un bombillo encenderse arriba de mi cabeza—. E incluso puede ir a tu casa, tu hermana también es profesora, puede ayudarlo aún más...

—¡Esa idea es increíble! —exclamé con mucha emoción, boté el cigarro y lo pisé con una gran sonrisa esbozada en mis labios.

—Yo soy increíble por darte la idea, idiota —lo imaginé haciendo una mueca de fastidio, y si hubiéramos estado hablando en persona, me hubiera dado un golpe en la cabeza.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now