<•> Capítulo veintidós <•>

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Era incapaz de decir algo, se había instalado un nudo tremendo en mi garganta. Comencé a parpadear muy rápido, en un intento de despertar de ese «sueño».

—¿Yo? —pregunté, iluso—. ¿Yo usto a usté?

—¿Te soprendes? Creo que he sido bastante obvio —me dio pequeño beso en los labios.

Siempre pensé que su manera de coquetear era muy obvia. Pero supuse que era sólo por ese hecho: «por coquetear».

Porque habían ciertos muchachos que me decían: «Eres muy lindo, me gustas; pero tu manera de hablar me caga».

—Sip, po'que yo así, to-to-tonto.

No tenía que ser adivino para saber que muchos me llamaban así. Debía ser honesto conmigo mismo, ¿quién a sus treinta años habla como un niño de un año? Todos solían pensar eso, quizás por esa razón, nunca tuve amigos en ninguna etapa de mi vida. ¿Por qué... Quién se iba a juntar con un retrasado?
¿Quién se iba a juntar con alguien de treinta años que le tiene miedo a los truenos y le gustan los videojuegos?

—¿Qué dijiste? —frunció el ceño y se separó de mí—. ¿Te acabas de llamar tonto? —asentí—. ¿Qué ha pasado para que tengas el autoestima en núcleo de la Tierra? —admití que esa expresión me dio risa—. No eres tonto, no digas eso. A mí me gustas así, ¿vale? —me acarició la mejilla, las cuales sabía que se estaban poniendo rojas—. Mira nada más que hermoso te ves con esa sonrisa.

—Acias... —estaba mal, y chasqueé la lengua frustrado.

—Gracias —dijo él, corrigiéndome, dándome un pequeño empujoncito—. Repítelo: Gra-cias.

Me encantaba que en tan poco tiempo, lograra adivinar lo que quería decir. Habían muchas personas que no podían entenderme, por muy transparente que fuera la palabra.

—Gra-graciasss... —logré decirlo, arrastrando un poco las palabras. Él sonrió.

—¿Sabes? Es mi primera vez besando a otro hombre, ¿cómo lo hice? —alzó la barbilla, orgulloso—. ¿Lo hice bien? —definitivamente era su primera vez, porque si no, no hubiera preguntado eso.

—Eh, sip.

—Eso no suena muy convincente —hizo un puchero—. ¿Qué dices si me enseñas? Tenemos toda la tarde, mañana no te veré y tendré que aguantarme hasta el lunes.

—¿Eeeh? —no pude añadir nada más, pues ya había capturado mi boca con sus cálidos labios.

¡Dios! ¡Qué besos! ¡Eran tan deliciosos!

Su lengua rozaba mis labios en modo picarón y coqueto. Le gustaba morder, y aunque me doliera, admitía todo aquello, me calentaba muchísimo. Ahora, quien quería morderlo, era yo. Y vaya que lo hice, como iba un poco confiado, arrastré su labio inferior, y clavé mi colmillo una parte visible. No me importó en absoluto, menos al sentir un poco de sangre en mis papilas gustativas. Él gruñó, y como respuesta, apretó sus fuertes manos en mi cintura, al punto de hacerme sentir sus uñas clavándose firmemente sobre mi piel.

—Me verán esa marca —dijo, con la respiración entrecortada y uniendo su frente con la mía—. Me toca a mí —añadió, a la vez que inciaba a besarme el cuello de nuevo.

Entonces, me asusté, sabía con la claridad lo que haría. De repente, puse mis manos en sus hombros para separarlo, pero me tomó de las muñecas, y me mordió con fuerza. Luego besó, lamió y succionó mi piel hasta que me ardiera.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now