<•> Capítulo setenta y tres <•>

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[Ivo]

No hacía falta decir cómo me sentí en ese momento. Cuando apareció la mujer, Derek, quizás inconscientemente, me empujó, logrando hacerme a un lado.

¿Quién era ella?
Afortunadamente no era su esposa, pero causó una extraña impresión en él. Y como no, si su porte era digno de una mujer de revista.

Alta, de excelentes curvas, un hermoso, lacio, y largo cabello rubio le llegaba hasta la cintura. El vestido rojo que llevaba le favorecía mucho, no dejaba a la imaginación sus perfectas piernas. Y su rostro... No tenía nada que agregar.

Por primera vez, me sentí intimidado por una mujer.

Rasqué ni cabeza, bastante molesto por la reacción del castaño y me fui de ahí. Y a él, pareció no importarle, porque ni siquiera me detuvo, o se atrevió a presentarme a la tipa.

Nada.

Luego de esto, mi humor decayó. Estaba enojado, tanto, que podría golpear a Derek en las bolas. ¡Nunca me había puesto así de celoso! Y es que ahora sí tenía buenos motivos para estarlo.

—Oye, Romy... —me acerqué hasta su lugar de trabajo. Estaba dudando en hacerle la pregunta, o no. Pero mi ansiedad ganó.

—Dime, cariño mío.

—¿Quién e-es ella? —señalé la puerta de la oficina de Derek.

—Ay, ¿me creerías si te digo que no sé? —bajé la mirada—. ¿Es que no viste cómo entró? Parecía que era dueña y señora del universo.

—¿Es que vi-viste a él? Me emp-empujó

—Lo ví, ¡obvio! Ahora tú, cóbratelas, no le des sexo por un mes y verás como andará detrás de ti cómo perrito en celo.

Y es que si tan sólo yo pudiera resistir un mes sin que me la metiera.

En ese momento, la puerta de su oficina abrió y Derek salió.

—Romy, Tamara, y el amor de mi vida...

Oh, ¿y quién era ese amor?
No quise escucharlo más y al frente suyo, rodé los ojos para que viera mi fastidio.
Me gustaba que dijera eso, pero estaba indignado.

—Necesito que empaquen poca ropa, nos vamos para Múnich en unas horas.

Me detuve al escucharlo.
Yo no me iría para esa ciudad con esa mujer.

—Lane...

—¿Qué?

—¿Por qué estás enojado? —se acercó rápidamente a mí y yo apresuré mis pasos.

—¡No estoy! —para este punto, salí corriendo y él también.

Comenzó a perseguirme por todos los pasillos. Tratábamos de esquivar a todo el mundo que estaba en sus cosas, pero era imposible. Más de uno cayó al suelo y los papeles salían volando.

—¡Lane!

—¡Nooo!

No supe en qué momento me había alcanzado. Me abrazó por la espalda y me levantó del suelo. Cómo mis pies quedaron en el aire, comencé a patalear y removerme.

—¡Déjameee!

—¡No! Mira que fácil fue agarrarte, son las desventajas de ser enano, ¿verdad?

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now