<•> Capítulo cuarenta y ocho <•>

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Ese día estaban pasando cosas muy raras. Primero: Zelinda preguntándome si conocía a la chica con la que me engañó Jörg y ahora Romy.

Un raro y feo presentimiento no tardó en aparecer, haciéndome pensar en esa posiblidad. No era necesario tener el coeficiente intelectual súper elevado para darse cuenta de que yo no podía reclamarle nada a Derek, menos con unos cuantos de meses de conocerlo y unas semanas de tener una linda ¿relación? Hasta hacía poco, me llamaba: amor. Pero si esa mujer aparecía, ¿cambiaría de opinión?

—No creo, señorita —comentó Sylvio—. Perdón que me meta, pero si eso llega a suceder, creáme que le cortaré las bolas a ese mocoso.

—¡Bien! —exclamó Romy—. ¡Por que yo haré lo mismo!

—No se preocupe, joven Ivo —me miró através del retrovisor—. Aaah, si supiera como se la pasa suspirando Derek cuando habla de usted, cuando llega a cenar, incluso le ayuda a mi amada esposa con la comida, porque según dice, quiere que todo salga como usted: perfecto.

Me sonrojé de inmediato y oculté mi rostro inutilmente entre el portapapeles que llevaba. De alguna manera, mi estómago se contrajo y los nervios comenzaron. Todo esto, ocasionó que esa preocupación inicial, se esfumara.

—¡Kyaaaaaaaaaa! ¡Ya quisera tener un hombre así de lindo! Oh, esperen... ¡ya lo tengo, ja, ja, ja! Bueno, todavía no es así, ¡¿pero qué importa?!

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—Mierda —susurró la secretaria al estar frente a la casa de Derek.

¿Qué las mujeres siempre hablaban de esa manera tan vulgar?

—¡Te ganaste la lotería, Ivo! —me palmeó la espalda—. Mira que enamorar a uno de los millonarios más codiciados, eso me hace dudar de mis cualidades femeninas.

Nadie lo hubiera pensado. Que de pasar de ser un vil acosador, a estar con él día a día, fuera cuestión de días. Lo que sí era verdad, era que en ningún momento pensé aprovecharme de él o de su dinero. Siempre me había gustado su físico —capaz de impresionar a cualquiera— su manera de dirigir una de las mejores empresas, aún comportándose irresponsable ciertas ocasiones, su forma de ser... Única.

—Pasen, por favor.

Lo primero que vi al entrar, fue a Vin, quien de lo más animado, corrió a abrazar mis piernas. Me importó muy poco ponerme a su altura para darle un sonoro beso en sus mejillas gorditas.

—Vaya, se parece mucho a Derek —tenía razón, era igual de hermoso que su padre—. ¡Afortunadamente! Porque sino, pobrecito parecerce a la perra de su esposa —hice el intento inútil de hacerla callar, mas fue imposible.

—Le doy gracias a Dios, por eso, Romy —¡siempre aparecía así, qué vergüenza!—. Hola, precioso.

¡Este hombre no tenía decencia! No le importaba en lo más mínimo decirme así en frente de los demás.
Me puse de pie y lo abracé al instante, él estaba enfermo por mi culpa. Y así lucía: enfermo. Tenía unas leves ojeras, su voz estaba ronca y también su nariz estaba roja.

—¿Por qué tan guapo, eh? Irás a ver a alguien más tarde, ¿o qué?

—A usté.

—Bien —sonrió y me besó en los labios con mucha ternura—. Que no se le olvide que ya tiene dueño, señor Lane.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now