<•> Capítulo veintiseis <•>

14.2K 1.5K 267
                                    


°

•  

°

Él no dijo nada, pero su rostro lo demostraba todo.
Suspiré de nuevo, luchando porque mis lágrimas no escaparan. Ya habían pasado dos largos años y seguía doliendo como aquel día.

—Por eso quiero separarme de ella de una buena vez —me quité la corbata, frustrado.

—¿Có-cómo paso? —sacudió la cabeza y dijo—: Pa-pasó...

—¿Quieres escuchar?

—Sip —exclamó acomodándose en su lugar.

Me rasqué la oreja.
Creía que todo estaba superado, pero me di cuenta que no. Aunque mi hijo haya muerto a días de nacer, me partió el corazón. Me había encariñado muchísimo.

—Habíamos contraído matrimonio dos años antes de que Vin naciera. Estábamos enamorados pero no al extremo, digo... No éramos de esas parejas que se prometen la luna y las estrellas —ese fue el principal error—. Ella era secretaria de mi abuelo, John Kellerman, el propietario original de Pub-Ke! En una de las visitas que hice a la empresa, me llamó la atención aquella mujer tatuada, rubia, de ojos celestes y esbelta. Vamos, toda una belleza. Comenzamos a hablar... nos llevábamos excelente y para cuando me di cuenta, ya estaba casado. Empecé a trabajar y le solicité a ella que renunciara, lo teníamos todo, no hacía falta que siguiera laborando. Entonces, mi abuelo murió —él era quien lucía como mi padre, fue un hombre íntregro a quien admiraba muchísimo—, dejándome todas las responsabilidades a mí, heredé la empresa y comencé a faltar más en casa, pero a Frieda no le molestaba. Ella salía seguido con sus «amigas», le di su espacio, aunque me estuviera muriendo de celos.

Bajé la cabeza y jugueteé con la corbata entre mis dedos. Decidí hacer una pausa. Recordarlo todo me ponía muy mal.

—Mi trabajo se volvió más riguroso, claro está. Reuniones, viajes, problemas... Sin embargo, yo aún quería tener familia, estar con mi esposa y gozar de los lujos que contaba. Le hablé sobre la idea de tener hijos, y pegó el grito al cielo, diciendo: «Tú nunca estás en casa, yo no pienso cambiar pañales sola».

Un feo recuerdo llegó...

—Por favor, mi amoooor.

—No, ya te dije que noooo —zapateó obstinada—. Tú nunca estás en casa, yo no pienso cambiar pañales sola. Además, llegas cansado, ¿tú vas a levantarte a dormirlo cuando llore a las dos de la mañana?

—¡Por supuesto que sí! ¡Sería mi hijo y haría lo fuera por él!

—Ajá —se cruzó de brazos—, ¿y tus viajes? ¿Qué le voy a responder al niño cuando pregunte por qué su papá nunca está Alemania?

—Me los llevo a los dos adónde sea. Mi amooor, ¡por faaaa! —deposité un beso en sus rojos y gruesos labios.

Ella sonrió, y se dejó besar más... Y más.

—Anda, preciosa... déjame hacerte el amor esta noche —dije, besando sus hombros.

No podía creer lo que hacía para convencerla.

—Ey —Ivo me tocó el hombro con suavidad.

—Perdón, me fui un momento.

—Y...

—Las discusiones llegaron, las peleas, los gritos, los enojos... ¿Qué de malo tenía querer hijos? Esa mujer se ponía a la defensiva, reclamádome el nunca estar en casa. Peleábamos más seguido. Y ella desaparecía más y más, incluso cuando yo llegaba a casa, ella no estaba. Se iba y llegaba tardísimo... Ya empecé a sospechar acerca de su infidelidad. Yo era bien idiota y me decía a mí mismo que era imposible, que ella me amaba. Él día llegó —sonreí con melancolía—, estando en una reunión, me llamó; avisándome que estaba en cinta. No se escuchaba muy contenta, pero a mí, me hizo el tipo más feliz de todos.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now