Cap. 73| "Guardar momentos en la memoria"

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Al día siguiente...

Narra Amelia

–¡Nieve! ¡Nieve! ¡Nieve! –Christopher entró gritando al cuarto con mucha energía y risas de felicidad.
Saltó a la cama, gateó hasta nosotros y se acurrucó en medio de la cama para despertarnos.
–¡Mama, papa! ¡nieve! –insistió el pequeño.
Abrí mis ojos confundida e intenté sentarme en la cama, Christopher sonrió al ver que sus gritos me habían despertado al instante y se acercó a mí para sentarse entre mis piernas y refugiarse entre mis brazos. 
–Mama, nieve, nieve –insistió emocionado y señaló la ventana.
Su pequeño dedo me indicó que observara hacia afuera y entonces pude comprender al instante que su emoción era completamente real. El cielo estaba muy gris y todo a nuestro alrededor estaba teñido de blanco mientras millones de copos de nieve parecían caer sin cesar. Sonreí aún con un poco de sueño y observe a mi hijo entre mis brazos, que me observaba ilusionado porque quería sorprenderme con su eufórico anuncio.
–Es la primera vez que ves la nieve tan de cerca, Chris –dije con calma y él rio ansioso.
El pequeño de tres años sale de mis brazos y escala el cuerpo de Owen que aún intenta despertarse. Se sube encima de su papá y lo sacude con sus pequeñas manos.
–¡Hay nieve, papa! –elevó su voz– ¡tener que jugar!
Owen rio al escucharlo pero mantuvo sus ojos cerrados y fingió estar dormido, Christopher continuó sacudiéndolo sin darse por vencido.
–Papaaaa, despierta –dijo ansioso– querer jugar contigo en la nieve.
Sonreí ante el pedido lleno de inocencia y dulzura de mi hijo y al parecer Owen también se debilitó en sus palabras porque abrió sus ojos al instante y comenzó a llenarlo de cosquillas.
Christopher lanzó miles de carcajadas en un intentó de derrotar las manos decididas de su papá.
–¡Bajen la voz! –reí– van a despertar a Cami.
–Me despertó antes que a ustedes –dijo la voz de nuestra hija apareciendo en la puerta.
Owen y yo la observamos y sonreímos al ver sus ojos achinados y su cabello despeinado por dormir. Mordí mi labio enternecida por su despertar y estiré mis brazos para indicarle que se uniera a nosotros.
Camila sonrió al ver mis gestos y caminó hacia la cama, le hice un espacio y se acomodó entre mis brazos.
–Buenos días –le susurré y acaricié sus mejillas.
–Hey –dijo observándome a mí y luego a su papá.
Owen intentó controlar la emoción del pequeño de tres años entre sus brazos y nos observó a Cami y a mí, sonrió y se acercó un poco a nosotras para besar nuestras frentes:
–Buenos días, princesas –susurró y Cami rio.
Sonreí casi sin habla, enternecida por la escena, enamorada un poco más de él.
–Hey –le dije al amor de mi vida y mordí mi labio con inconsciencia.
–¿Poder ir a jugar? –dijo Chris rompiendo la calma que duró tan solo segundos– ¡Cami, vamos!
–Chris, detente un segundo –ordenó Owen y besó sus rulos– primero debemos desayunar y luego tenemos que abrigarnos, debes ser paciente.
–¡Mmmm nop! –dijo poniéndose de pie en la cama y comenzando a saltar– querer jugar, papi, por favor.
–Esas son las reglas, Chris –añadí– antes de salir a jugar al frío debemos hacer las cosas bien.
El pequeño ignoró mis palabras y se bajó de la cama, corrió hacia la ventana y se puso de puntitas de pie para espiar el colchón blanco de nieve helada y los silenciosos copos de nieve que caían sin cesar.
–¿Por qué tiene tanta energía? –dijo Cami riendo entre mis brazos– ¿jamás ha visto la nieve?
–Jamás tuvo la oportunidad de jugar en ella, y creo que ahora le entusiasma el hecho de saber que tiene más personas con quien jugar además de mí –comenté sonriendo emocionada.
Owen y Camila me observaron y sonrieron al escucharme, ambos se conmovieron ante mis palabras y volvieron a observarlo.
–Papi, deberías preparar el desayuno –sugirió Cami– creo que yo también quiero ir a jugar con Chris pronto.
–¿Solo con Chris? –dije fingiendo enojo– ¿qué hay de mamá?
Cami rio al observarme y se refugió con más dulzura entre mis brazos, besó mi mejilla y sonreí endulzada por el gesto.
–No sabía si ibas a querer jugar en la nieve –confesó– ¿te gustan las guerras de bolas de nieves o prefieres hacer angelitos?
–Definitivamente a mamá le gustan las guerras de bolas de nieve –dijo Owen riendo y respondiendo por mí.
–¿De verdad? –dijo Cami ilusionada– ¿podemos jugar luego? ¿quieres que seamos un equipo?
Reí al escucharla y mordí mi labio, asentí y besé su frente.
–Me encantaría –susurré y luego miré a Owen– ¿estás lista para que te ganemos, Owen Hunt?
–No le temo a nada, Christopher y yo seremos el mejor equipo de superhéroes de nieve de todos los tiempos –confesó el pelirrojo levantándose de la cama.
Cami y yo reímos al observarlo tan competitivo.
–Chris, vamos a preparar el mejor desayuno para poder ganar la guerra de nieve –propuso él, y sus palabras fueron suficiente como para que Christopher festejara de emoción y comenzara a dirigirse hacia la cocina para poder ponerse en acción con su papá.
Owen lo imitó y salió del cuarto detrás de él; mordí mi labio al verlos desaparecer y observé a la niña entre mis brazos.
Camila me observó con una sonrisa llena de calma y cerró sus ojos, acomodé un par de cabellos que estaban delante de sus ojos y acaricié la punta de su nariz.
–¿Pudiste descansar? sé que tuviste un intruso en tu cama –dije en un susurro.
Cami rio al escucharme y volvió a abrir sus ojos, asintió y mordió su labio.
–Siempre es lindo dormir con Chris, es tierno y es pequeño, me dan ganas de dormir abrazada a él todo el tiempo –confesó.
–Eres una hermana asombrosa, Chris es feliz por tenerte en su vida –respondí– y yo también soy feliz de ser mamá de una niña tan buena y dulce como Camila Hunt.
La abracé con fuerzas, la llené de besos y ella rio con calma y encanto. Me encantaba escucharla de esa manera, feliz, entusiasmada y disfrutando de nuestra vida.
–¿Creíste que no me gustaba la nieve? –pregunté besando su frente.
Camila asintió con timidez y mordió su labio con un poco de vergüenza.
–Pensé que no te gustaba porque siempre te preocupas por el frío, no quieres que nos enfermemos –comentó y reí al escucharla.
–Siempre me divertí en la nieve, y también siempre me enojaba con mi mamá cada vez que me obligaba a vestirme con muchas prendas abrigadas y ajustadas, apenas podía moverme –dije y Cami rio– pero ahora que también soy mamá la entiendo, quiero que disfruten y no quiero que se enfermen por el frío, no hay nada más feo que estar enfermo y no poder disfrutar lo que los demás disfrutan.
La niña me escuchó con atención y nos observamos en silencio, sonreí con timidez y Cami me apreció detalladamente.
–¿Qué sucede? –susurré mientras me perdí en sus ojos color miel.
–Nada –responde sonriendo con vergüenza– me gusta cuando hablas, cuando cuentas cosas, me gusta escucharte y saber de ti.

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