Capítulo 5: Getting A Wand

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Harry nunca lo admitiría, pero deseaba mucho a su familia. Sin embargo, no se atrevía a ser alguien que no era.

Sus padres habían regresado más tarde, por la noche, con libros y material escolar nuevos. Lo único que faltaba era una varita para él, ya que el fabricante de varitas no había dejado que James se llevara una; sólo había una varita para un mago. Había insistido en que necesitaría ver a Harry para darle su varita, así que James finalmente se había rendido y le había dicho a Ollivander que traería al chico en cuanto pudiera.

Harry estaba entusiasmado con la idea de ir a Hogwarts; por fin se alejaría de su familia. Quizás si sacaba las suficientes buenas notas su familia se fijaría en él por fin. Ya había decidido que sacaría mejores notas que Nick aunque le costara la vida y sería él quien lo celebrara el próximo año. Sonriendo, hurgó en los libros; eran muy fáciles fue todo lo que Harry pudo pensar, y honestamente, había leído un libro similar cuando tenía ocho años o algo así.

-¡Oye, Harry, baja aquí y trae tu capa! Vamos a buscar tu varita antes de que juegue al Quidditch con Nick!- le gritó James.

-¡Bajo en un minuto!- dijo Harry emocionado; iba a buscar su varita. Ya había leído el primer libro y estaba empezando el de pociones.
Poniéndose la capa, se lamentó de que le tocara lo mejor 'al igual que a su hermano y a su hermana', ya que no se le permitía elegirlos. Todo lo elegía Nick, y a él le tocaba lo mismo. Nunca se ponía lo mismo que Nick, a menos que fuera por accidente.

Tienda de varitas del Sr. Ollivander, callejón Diagon.

-Ah, Harry Potter, pensé que te vería la otra semana, pero no importa. Ahora estás aquí. Veamos qué varita es verdaderamente tuya-, sonrió el señor Ollivander.

-Sí, señor-, dijo Harry, acercándose al mostrador.

-¿Qué te parece ésta? Buena para transfiguración, acebo y cuerda de corazón de dragón, once pulgadas y media-, dijo Ollivander, dándole la varita a Harry.

¡Arriba!.

-Definitivamente no es para usted, señor Potter-, dijo el tendero, arrebatándole la varita. -Pruebe con ésta... treinta centímetros, pelo de acebo y de unicornio-, ofreció el señor Ollivander, mostrando otra varita.

-¡Thud-thud-thud-thud!-.

-Definitivamente esa no-, dijo el fabricante de varitas, arreglando los cajones que se habían salido. -Bien, ¿qué tal ésta? Diez pulgadas y cuarto, ciprés y pluma de fénix-, dijo el señor Ollivander.

¡Crack!

-Definitivamente no-, murmuró Ollivander, reparando la enorme grieta que Harry había hecho en su ventana, incluso mientras Harry se preguntaba si se iría sin varita. -Es usted un tramposo, señor Potter-, comentó el viejo mago. -¡Ah! ¡Prueba con ésta! Once y un tercio de pulgada, haya y pelo de unicornio-.

Agarrando la varita con cansancio, Harry sintió de repente que el cansancio se desvanecía para ser reemplazado por la felicidad cuando la varita se iluminó y salieron de ella chispas verdes, azules, rojas, plateadas y doradas. Parpadeando bajo la luz de los colores que salían de su varita, dejó escapar un suspiro de alivio: después de todo, no se iba a ir sin varita.

-Bueno, aquí tiene señor Potter, su varita perfecta-, sonrió Ollivander dándole a Harry la caja. Las clases empezaban mañana, así que no tenía sentido envolverlo ahora.

-Genial. Vamos entonces, Harry, pongámonos en marcha-, ordenó James.

-Adiós-, dijo Harry tímidamente antes de marcharse.

Poco después, pasaban por el Emporio de las Lechuzas de camino a Floo desde el Caldero Chorreante. -¿Puedo comprar una lechuza?- preguntó Harry, viendo una hermosa lechuza en el escaparate.

-No tengo tiempo. Puedes tomar prestada la de Nick si necesitas una-, dijo James.

Harry no contestó, sólo inclinó la cabeza, un solitario suspiro saliendo de sus labios. Nunca le habían permitido algo cuando lo pedía.

Después de un momento, se dio cuenta de que tenía que correr para alcanzar a James. 'Hace tiempo que pienso en él como James... No quiere ser mi padre, y yo tampoco quiero que lo sea', pensó.

-Bien, vamos a casa. Ya sabes el nombre-, dijo James, poniendo polvos Floo en la mano de Harry.

-¡Mansión Potter!-, llamó Harry. Desapareció en un destello de llamas verdes.

Para cuando James llegó, Harry no aparecía por ninguna parte. Alzando una ceja ante la desaparición de su hijo, se encogió de hombros. Tenía un hijo con el que ir a volar, así que lo llamó a gritos.

-¡Nick, he vuelto!- llamó James con picardía.

-¡Papá! ¡Has tardado mucho! ¿Dónde estabas?- Preguntó Nick, bajando las escaleras.

-He tardado más en coger su varita, ahora vamos, antes de que oscurezca-, dijo James, dirigiéndose al exterior.

-¡Está bien!- aceptó Nick con entusiasmo, siguiéndolo.

La pequeña habitación de Harry Potter, en la Mansión Potter

Harry los observaba desde la ventana, preguntándose cómo podían ser tan diferentes los gemelos. Realmente lo había intentado, pero estar en una escoba no le emocionaba. Había intentado gastar bromas, pero no le resultaba divertido ponerle el pelo verde a alguien. Tal vez fuera porque había sido objeto de muchas bromas por parte de su familia, ¿quién sabía? No le gustaba hacer ruido, le gustaba estar callado y leer.

Entrada del diario:

¡Hoy recibí mi varita! Tiene tres propiedades mágicas en ella, ¡longitud, madera y núcleo! ¡Once y un tercio de pulgada, haya y pelo de unicornio! Es increíble, bonita y de color rubio dorado; las demás son todas de color marrón oscuro. Pedí un familiar, pero no me lo dieron; los otros tienen todos búhos o algo parecido. Realmente me gustaría tener algo que me hiciera compañía... Recuerdo la vez que pedí un gato, y debí darme cuenta de que no me dejarían tener nada. Creo que seré la única que vaya al colegio sin nada de compañía. Todavía me duele cuando James me ignora. Cuando Nick le preguntó dónde había estado, le contestó que "tardaba más en conseguir su varita"... era como si yo no fuera su hijo. Si Nick hubiera pedido algo, ¡lo habría conseguido enseguida! Los odio ¡Los odio!.

Harry

Harry cerró el diario en silencio antes de meterse en la cama; mañana iban a madrugar. La única forma de aliviar todo el estrés, la preocupación y el odio era a través de su diario. Había sido su salvación a lo largo de estos años, la única cosa por la que todavía estaba agradecido con Remus Lupin.

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