Capítulo 89: Unending Heartbreak

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Eileen cerró la puerta tras ella, agotada más allá de lo soportable, con el rostro demacrado y desgastado. Luchó por hacer que sus pies se movieran, había envuelto en sus brazos todo lo que Severus llevaba encima cuando ocurrió. Cedric Diggory había dicho los hechizos que confirmaban que Severus estaba muerto y que había fallecido debido a una incalificable maldición oscura que apagaba tus órganos internos lentamente sumada a las maldiciones cortantes que tomaba. Cedric había sido muy reacio a decírselo, pero Eileen había exigido saberlo. Una parte de ella deseaba no haber preguntado, saber que su hijo había muerto en una agonía insoportable dolía más que su propia muerte. El chico había vuelto al Ministerio con la información, con la promesa de volver.

Sirius se levantó cuando Eileen entró en la habitación, tragando grueso; sabía que a la mujer no le gustaba. Tenía todo el derecho a aborrecerlo. No debería estar aquí, pero Harry estaba pasando por una agonía, se merecía que alguien estuviera aquí para él... y estaba decidido a que fuera él. No es que fuera consciente de nada ahora mismo, había agotado su magia hasta niveles casi peligrosos y le había dejado fuera de combate mientras se recuperaba. No podía imaginarse por lo que estaba pasando; si perdía a Remus... lo mataría, así que quizás podía imaginarse lo que era sólo un poco.

-¿Dobby?- llamó Sirius, recordando al Elfo Doméstico de sus anteriores visitas. Un ceño fruncido apareció en su rostro cuando nadie acudió, ¿se había equivocado de nombre? ¿Cómo se llamaba el otro elfo doméstico? Estaba seguro de que era una flor, ¡Rosa! Eso era.

-¿Llamaste?- dijo Dobby, con sus grandes ojos enrojecidos mientras miraba fijamente al invitado que lo había llamado.

-Err... ¿podrías hacer un poco de té de manzanilla?- preguntó Sirius, sintiéndose extremadamente incómodo, no acostumbrado a ver a los elfos domésticos emocionados. Se había criado con uno sí, había odiado a la maldita cosa, pero ni una sola vez lo había visto llorar o emocionarse... más que enfadarse.

-Té-, dijo Eileen, colocando los objetos sobre la mesa antes de dirigirse al armario donde guardaba el alcohol. Ni siquiera pudo reunir la energía necesaria para fulminar a Black por estar aquí como lo haría normalmente. Al volverse se congeló al ver a Harry despierto y mirando las cosas de Severus con una mirada torturada. Ella no debería haberla puesto ahí. Eileen retrocedió hacia el sofá, para estar a su lado, pero Harry ya se había arrastrado fuera del sillón y hacia la mesa donde estaban las cosas de Severus. Ella iba a tener que asegurarse de que uno de los elfos domésticos lo vigilara y evitara que hiciera algo extremadamente estúpido. Querido Merlín, sólo podía imaginar la reacción de su hijo si le pillaba haciendo algo tan estúpido. Su corazón se apretó en agonía ante sus propios pensamientos, mientras nuevas lágrimas corrían por su rostro, ya creía que se le habían acabado las lágrimas.

¿Por qué Severus? Pensó Harry con desesperación, cualquier otro habría estado bien para él. ¿Por qué tenían que quitarle a la persona que más quería en el mundo? Cuando terminó la guerra se suponía que iba a ser su nuevo comienzo, tal vez ir de vacaciones de nuevo o simplemente preparar pociones juntos. Sev no conseguiría completar su poción ni ver si la suya tendría éxito. Cogió una bolsa de terciopelo verde y escuchó el tintineo de su interior, se limpió las lágrimas inútilmente mientras las sustituía, abrió las cuerdas y dos anillos cayeron sobre su palma.

Eran preciosos, anillos de ouroboros, una serpiente mordiéndose la cola, un símbolo de o eternidad. Uno tenía pequeños ojos de esmeralda y el otro de cuarzo ahumado. Harry ni siquiera vio la belleza, sólo los aplastó en su puño mientras se mecía una vez más hacia adelante y hacia atrás, completamente destruido por encontrarlos. Deberían haber tenido la eternidad, él era uno de los mejores duelistas que había, y debería haber sido capaz de aguantar. Debería haber sobrevivido, maldita sea, ¡se suponía que debía vivir!

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