Vacío

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Margot sonreía de emoción mientras contaba el dinero que había ganado.

El tintineo de las monedas al caer en su pequeña bolsa de cuero le provocó un extraño placer que nunca antes había sentido. Pese a que desconocía el valor exacto de tales piezas metálicas, comenzó a admirarlas como algo valioso. Incluso se corrigió al considerar el encuentro con aquel árbol de manzanas como una feliz y afortunada coincidencia, pues, no solo le había ofrecido la oportunidad de procurarse una cantidad importante de dinero, sino que al mismo tiempo fue el culpable del sueño en el que se volvió a reunir con el arcángel.

Parece que las cosas están arreglándose, pensó con renovada energía.

Margot observó el saco vacío. Después de unas arduas horas de trabajo aquellos frutos del bosque se habían esfumado a la velocidad de los intercambios comerciales. Su plan de proveer un sustento seguro al resto de su viaje se estaba fraguando exitosamente tras aquel breve periodo de independencia. Pensó incluso en la posibilidad de pedirle a la dríada que hiciese florecer otro árbol de manzanas con el afán de incrementar su humilde capital, pero evitó la tentación de caer de nuevo en la imprudencia de su codicia.

Lo que tengo es suficiente, se dijo mientras anudaba el cuello de la bolsa de cuero.

Dispuesta a abandonar el cobertizo, fue a despedirse de los campesinos, no obstante, los encontró extrañamente ocupados, guardando con insólita urgencia sus mercancías. Desconcertada, prefirió no interrumpirlos pese a que hubiera querido agradecerles el amable gesto al permitirle hacer uso de su espacio.

Salió a la calle, el bullicio propio de la muchedumbre no le trajo ningún aire de novedad, sin embargo, tuvo un mal presentimiento que le borró del rostro la sensación de triunfo. Durante un par de segundos se quedó paralizada al lado de la puerta. Tardó en darse cuenta de lo que ocurría, pero ahora no podía negarlo. Aquel contingente de guardias armados que vio a lo lejos venía hacia ella, ellos la señalaban y se acercaban peligrosamente.

Casi por instinto metió la bolsa de cuero debajo de su túnica roja, en un lugar que no muchos se atreverían a explorar. Caminó relajada dirigiéndose al caballo, con la actitud de alguien que no ha hecho nada malo y que no espera que nadie le robe su tiempo.

Entonces sucedió, abruptamente había sido interceptada por los guardias, quienes le impidieron seguir adelante rodeándola como si se tratara de un avezado delincuente. Vestían túnicas ligeras y cascos de cuero, estaban armados, solo uno de ellos portaba una lanza de hoja alargada, una gran mancha de sangre seca la remataba.

Un arrebato de pánico invadió a Margot. Sin embargo, pese a que se encontraba profundamente en estado de alerta, no sucumbió ante el miedo; haber vivido en carne propia el violento asalto del pueblo, todos esos crueles soldados montados con sus armaduras, espadas y antorchas, le dio el valor necesario para soportar un simple acto de intimidación.

—¿Ocurre algo? —preguntó con un exagerado gesto de naturalidad.

—Forastera —habló uno de ellos con voz recia— arroja la espada al suelo y quédate en donde estás.

Tenía la amenazante pica de su lanza casi apuntándola.

Pese a los ansiosos nervios que ahora la embargaban, Margot procuró mostrarse tranquila, como si fuese un asunto cotidiano y ya estuviese acostumbrada a esa clase de intervención. Por otro lado, su cabeza era un enredo pues no podía adivinar qué delito había cometido, o si es que sencillamente ellos estaban abusando de su poder para amedrentarla porque la consideraban una extraña.

—Lo siento, no entiendo qué está pasando —se sinceró con una mirada inocente.

El guardia torció el rostro en una mueca desdeñosa.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now