Misión

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La visión que tengo es desoladora.

Permanezco en el montículo desde el cual ejecuté el hechizo hace unas horas, el resultado de la contienda es concluyente: ningún soldado de Veronia está de pie, y ninguno de Alción ha caído muerto. Los invasores hicieron su avance de forma abrumadora e inhumana, dirigieron su maquinaria de asedio hacia la muralla que más signos de grietas tenía, demoliéndola en cuestión de segundos. Entiendo que recurrieron a esa alternativa porque las enormes puertas presentan mayor resistencia, están sólidamente cerradas.

Han ingresado a la ciudad, no tengo conocimiento de los actos viles que ahora podrían estar cometiendo, no sé qué destino les espera a los habitantes o a los restos de aquel núcleo urbano, sin embargo, eso no debería ser de mi competencia.

Mi interés debería permanecer en la realización de mi castigo, y en el éxito o fracaso que la diosa le atribuya. A pesar de que piense eso, no puedo dejar de sentir un ligero indicio de preocupación. Tengo un secreto conflicto interior, antes de morir no podía tolerar las injusticias, que los más poderosos pasasen por encima de la integridad o el honor de los más débiles. Sin embargo, en este mundo no puedo aplicar mi antigua moral, ni mi criterio que antes me hacía distinguir lo quera justo de lo que no. Debo ser neutral, incluso cuando me obligan a inclinarme hacia un bando.

Entonces, no habiendo nada que pueda hacer al respecto, solo me queda ocultar o suprimir mi desazón. Es una tarea relativamente sencilla, desde que llegué a este mundo he demostrado tener un control estable y activo sobre mis emociones, raras veces éstas se desorganizan, como ahora pretenden hacerlo si les diese la posibilidad. O cuando peleo, en tal estado también soy más propenso de desbordarme o enloquecer.

La llanura expresa silencio y un fétido olor a cadáveres, ya no queda ni un vestigio de vida, mi trabajo aquí está hecho, para mí Veronia ha caído. Alción se encargará de dejarlo en ruinas, si es que eso es necesario para liberarme de esta responsabilidad.

Súbitamente siento una presencia en la cercanía, incluso mi montura se ha puesto alerta y vigilante. No obstante, logro reconocer su naturaleza, a estas alturas me resulta imposible confundir el rastro del poder mágico de Nixie, y el característico aroma de su perfume.

Aunque me sigo preguntando cómo puedo distinguir su poder mágico. Sospecho que es la consecuencia de ser consciente de mi propia magia, entonces se me muestra evidente diferenciar aquella fuente de magia que no es la mía. Quizá eso me hubiese sido de utilidad durante mi batalla contra el mago, realmente pude advertirlo pero no le presté mayor importancia.

Nixie aparece, como tantas veces, delante de mí, pero esta vez a una distancia peligrosa, justo a escasos centímetros, invadiendo la intimidad de mi aura. No sé si lo hace para provocarme o espera una reacción específica, que yo repare en su tierna apariencia y en los detalles sublimes de su pequeña figura.

No, Nixie, acabo de salir de un extenuante castigo, y no pretendo procurarme otro incluso peor. Gracias por la oferta.

La esponjosa y húmeda torre ya no está, su cabello ha vuelto a configurarse en dos grandes y sedosas melenas, todo indica que disfrutó mucho su baño.

—¡Felicidades, mi princesa! —proclama con una genuina y contagiosa energía —. Ha cumplido satisfactoriamente el mandato de nuestra diosa suprema.

Su voz es siempre relajante y cálida, y ante su declaración no puedo más que respirar aliviado. El tiempo ya no está corriendo en dirección contraria para mí, ahora que se ha esfumado la amenaza de muerte que con tanta insistencia me acompañaba, dejaré que mis músculos y pensamientos se relajen hasta alcanzar un estado de armónico reposo.

—Gracias, Nixie, por comunicarme la sentencia de nuestra diosa.

—Siempre me tendrá para mantenerla enterada de todo.

Arcángel de la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora