Infiltración

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En el interior de la ciudad de Veronia reina gran alboroto y agitación.

Mientras planeo a una altura prudente para no ser visto, puedo tranquilamente observar los estragos causados por la entrada intempestiva de los invasores. Veo cómo los ciudadanos son perseguidos alrededor de las calles, aprecio cómo se debaten en una carrera frenética por sobrevivir. La distancia no me permite captar detalles más precisos, pero tengo un panorama claro de lo que ocurre en cada lugar.

De pronto, Nixie, quien vuela delante de mí y muy próxima, como una ágil escolta, se balancea hacia un lado, sutil gesto que me comunica que se dispone a descender en picada. Tomo la misma disposición; ella es demasiado rápida, si la descuidase tan solo un segundo la perdería de vista y me adelantaría un largo trecho.

Descendemos.

Parece que no teme ser advertida, supongo que todos están demasiado ocupados para notarnos, además, nuestra velocidad nos concede un rápido aterrizaje. Nixie localiza un lugar abandonado al lado de un callejón, yo la acompaño.

Ella toca el suelo con un leve y delicado roce de sus pies descalzos, mientras que yo golpeo cruelmente el pavimento agrietándolo. Solo espero que nadie haya notado la fuerza de mi caída. Una apresurada inspección de mi entorno me indica que estamos a salvo.

Presto más atención, y logro oír el deplorable ajetreo que se desarrolla en cada esquina de la ciudad, pero los gritos y el movimiento no me informan el grado de salvajismo con que están actuando los invasores.

—¿Qué está pasando, Nixie? —interrogo más inquieto que confundido.

La pequeña mensajera asoma su tierna cabeza fuera del callejón con la intención de verificar la seguridad de nuestra posición. Más calmada voltea a verme.

—El propósito de los humanos invasores no es asesinar a los habitantes de esta ciudad, alteza, sino que planean llevárselos a su país, los están capturando vivos.

La respuesta de Nixie es reveladora, me impresiona que conozca perfectamente los planes del enemigo. Ahora que lo pienso, el pergamino de Maurielle hacía alusión a esta circunstancia, pero de un modo poco aclarador.

Luego de haber comprobado que nadie podría acercarse a nosotros, la mensajera de los ángeles se despereza y relaja sus músculos.

—Entonces, mi princesa, comencemos los preparativos —sentencia ella con una imperiosa energía.

—De acuerdo.

El pergamino de la diosa también me manifestó que siguiera las instrucciones de Nixie, así que procuro atender fielmente sus palabras.

—Primero, desvístase.

—¿Qué?

No puedo evitar dibujar un gesto de absoluto desconcierto. Además, siento que mis mejillas se han encendido involuntariamente. ¿Qué significa esto? ¿Por qué de buenas a primeras me da una orden de esa magnitud? Tiene que ser una broma suya, aunque, a decir verdad, no veo a Nixie jugando con ese tipo de cosas.

—Me disculpo, alteza, por haber sido muy directa, usted debe quitarse las piezas de su armadura —se explica Nixie, dándose cuenta de que había hecho una mala elección de palabras.

—Comprendo, entonces, me desvisto —respondo.

Pero, realmente no quiero hacerlo, es decir, quedaré en una situación que no me favorece, además, no termino de entender cuál es el fin de esto. Sin embargo, no tengo otra alternativa.

Respiro hondo y uso la magia del anillo dimensional para guardar todas las placas y piezas de mi armadura en el interior de ese espacio infinito. Para mi sorpresa, no he terminado completamente despojado de ropa, sino que, debajo de ese pesado y tosco metal poseo una prenda de lana gruesa azulada con botones, lo mismo sucede con mis extremidades, continúan cubiertas por largas medias del mismo color y material.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now