Miedo

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La adrenalina me hostiga la sangre.

Adopto una postura vigilante que me permite concentrar toda mi atención en los soldados delante de mí. Sostengo con fuerza mi espada, hasta hace poco creía que era mi único recurso para defenderme, sin embargo, descubrí que puedo utilizar mis alas para lanzar devastadores ataques. La ventisca que arrojé hacia ellos los desordenó completamente, fueron expulsados como muñecos hacia la tierra, además conseguí apagar sus antorchas. Me pareció tan gracioso que incluso una sonrisa se asomó en mis labios, pero la complicidad de la oscuridad me ayudó a ocultarla.

No me cabe duda de que los he hecho enfurecer, no sé si la rabia que me tienen los volverá más descuidados o, por el contrario, pelearán con mayor seriedad. Eso me preocupa. Aunque ahora poseo la ayuda de los pobladores, vi de reojo que recogieron sus herramientas, y se posicionaron detrás de mí.

No soy un escudo seguro, ¿saben?

De cualquier modo, la asistencia que puedan brindarme será realmente beneficiosa. Sé que han depositado su esperanza en mí, pude notar que mi aparición le devolvió a sus rostros una sensación de vida y emoción.

Margot se encuentra a la expectativa, pero en una ubicación resguardada dentro de una casa. Lo sé porque le rogué que se quedara ahí. Solo espero que me haga caso.

A mi costado se impone la figura de un hombre de edad avanzada, vistiendo una estropeada armadura de placas. Creo que dijo ser un excapitán del ejército. Tiene un aspecto acabado y exhausto, no sé si está herido. Es la persona que protegí de la lluvia de flechas, me sorprende su determinación a pesar del profundo agotamiento que debe estar padeciendo.

Quisiera decirle que se retire, tengo el presentimiento de que morirá. Aunque, quizá sea ese su propósito. De igual manera, no queda tiempo para sacarlo de aquí. Está comprometido en esto, como todos los presentes.

El fuego se extiende en el campo de trigo a un ritmo desenfrenado, pero no puedo detenerlo sin antes encargarme de ellos. SI trato de apagarlo no dudarán en atacarme. Estoy contra el tiempo.

De pronto, noto que el jefe de los soldados sonríe.

—Has demostrado ser un oponente formidable, ángel —dice mientras me apunta groseramente con su espada—. No sé si lo has notado, pero tú y tu raza acaban de convertirse en enemigos de Alción. Nuestra Corona se enterará de tu entrometimiento y te perseguirá como a un roedor.

No cedo ante sus amenazas pero, en cierta forma, consigue incomodarme. Sé muy bien que me estoy metiendo en problemas, que quizá esto desencadene una situación que no podré resolver. Sin embargo, me mueve un incomprensible sentido de justicia, no quiero que otras personas sufran aquello que yo he vivido, y si tengo el poder para evitarlo, entonces lo haré.

—Qué patético —continúa—. Te expones a ser cazada por insistir en proteger a estos desgraciados.

—No temo que me busque aquella nación a la que perteneces —respondo desafiante— ¿Realmente crees que vendría a este mundo si no creyera que puedo imponerme ante cualquier amenaza?

No sé por qué dije eso, pero necesito que mi seguridad sea transmitida. Y, al parecer, resulta ser efectivo. El jefe de los soldados me mira perplejo, pero disimula la confusión que siente con una sonora carcajada.

—No tienes idea de con qué fuerzas te enfrentas. El poder del hombre ha crecido tanto que ha empezado a escribir su propia historia, sin el apoyo o el designio de los dioses. Nuestro reino posee una muestra de esa independencia: el antiguo laberinto de Astorio, que fue construido por los mejores arquitectos y magos de la época. Es una prisión que alberga una famosa criatura invencible.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now