Mensajera

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El zumbido se desvanece.

Me encuentro gravemente preocupado, a la expectativa de que pueda manifestarse algún efecto producido por el sonido de la trompeta y de mi irresponsabilidad.

No advierto que algo haya ocurrido, o por lo menos no evidente a simple vista. Percibo un leve cambio en mi entorno, no sé si soy yo o es que el ambiente se me figura más tranquilo y silencioso que antes. Recuerdo que apenas podía oír el murmullo de las hojas siendo acariciadas por la brisa, ahora ya no escucho nada.

Me estoy volviendo loco.

Introduzco la trompeta en el recinto del anillo y prosigo mi marcha. Concluyo que mientras no descubra las consecuencias de mi imprudencia no podré estar calmado. Es imposible que no sucediese nada, no es que tampoco me esperara una catástrofe, sino un accidente soportable como, por ejemplo, que el sonido genere un incendio o una ventisca, sencillas y controlables expresiones de la naturaleza.

La incertidumbre me obliga a apresurar mis pasos. De seguro Maurielle previó que usaría la trompeta de forma precipitada, ella está al tanto de mis actos, sino cómo supo que había desobedecido sus órdenes. Quizá predijo todo eso, no por nada es la diosa de todo, debe haber pronosticado completamente la historia de este mundo. De lo contrario, dudaría de su omnipotencia y su divinidad.

Hay cosas que no quiere revelarme, por ejemplo, quién es el verdadero enemigo al cual se refirió. Intuyo que podría ser una deidad como ella, con quien se encuentre en una pugna por el poder.

Por otra parte, no entiendo qué ganaría controlando el destino de los humanos o de las demás razas de este mundo, siendo seres tan inferiores e insignificantes. Sospecho que sus plegarias y ofrendas ejercen una influencia en su poder, eso explicaría por qué las creencias contrarias o herejías representan una amenaza y me exige que las elimine. No puede ser un simple capricho.

El borde del bosque sigue dominando la mitad de mi campo visual, no sé qué tramo del camino he avanzado, pero todavía no distingo ningún rastro de agotamiento o debilidad, tampoco siento hambre o sed, ni mucho menos sueño. Mi fuerza vital no se ha desgastado, mantengo la misma vitalidad que cuando desperté.

Me pregunto si no sería mejor volar. Tengo miedo de precipitarme hacia el suelo como la primera vez que lo intenté, aunque sé que no me hará daño la caída. Si consigo mantener mis alas revoloteando por más tiempo y aprendo a maniobrar en el aire, ciertamente tendré sometido ese miedo. Pero, como siempre, lo difícil es dar el primer paso.

Mi campo de visión es alertado por una inoportuna presencia, involuntariamente extraigo mi espada del anillo y la empuño de manera sólida y amenazante, cuando examino el estado de mi entorno descubro que nada ha cambiado, el bosque y la pradera permanecen en su silencio incesante. Sin embargo, y no habiéndome preparado para eso, la figura de una persona se perfila frente a mí como si hubiese surgido de un sueño.

Hay una niña de pie, tan próxima que invade mi espacio personal, mi concentración se pierde en sus acentuados y grandes ojos dorados. Quiero pegar un brinco de la sorpresa pero creo que mostrar una actitud infantil frente a una niña sería de mal ejemplo, además de lamentable y triste.

Desvío mi atención hacia su aspecto, el cual es harto revelador: lleva una túnica blanca de estilo griego, su cabello, blanco también, es dividido en dos grandes melenas recogido por coletas, el detalle definitivo es ese par de alas que proclaman su legítima naturaleza.

Es un ángel como yo.

Mi guardia se derrumba, aunque todavía muestro una sutil desconfianza. La pequeña retrata en su rostro una gran sonrisa de júbilo y explota conmovida de una intensa emoción.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now