Hasta pronto

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No creí que su reacción sería tan dramática.

El sujeto se desplomó como una marioneta, los soldados que lo rodean todavía no superan el trance y permanecen petrificados del miedo. No me han atacado, por lo que no sé si aprovechar esta oportunidad para rematarlos. Ya no representan una amenaza.

Me acerco a uno de ellos. Él pega un brinco y se encoge con las rodillas dobladas arrojando su espada al suelo.

—¡Por favor, olvide las insolencias de nuestro oficial! Él en verdad es muy orgulloso y no mide los resultados de sus acciones. Nosotros estamos dispuestos a servirle a usted, alteza.

Ante sus palabras el resto de soldados imita su postura y se arrodillan.

Arqueo las cejas, me sorprende la desesperada actitud que han tomado, no puede haber hipocresía más grande.

—¿Acaso dices que renuncian a la fidelidad de su rey para salvar sus vidas?

—Nuestras vidas ahora le pertenecen, alteza.

—Lo lamento, no quiero vasallos que sean capaces de traicionar la lealtad de su autoridad —replico con molestia— son una carga, y por lo tanto, merecen morir.

El hombre eleva la cabeza, y no sé qué ve en mi expresión, pero su rostro ancho y descuidado palidece hasta los labios, y le aparece una sombra negra en los ojos.

Ganas no me faltan de hundirle mi espada en el pecho, sin embargo, la resplandeciente luz del fuego consumiendo la cosecha de trigo entibia mi cuerpo, y me alerta de su proximidad.

Debo actuar ahora, antes de que todo el campo se convierta en cenizas.

Dejo a los soldados hundiéndose en ese estado tan lamentable, y me dirijo al incendio, buena parte del trigo ha sido carbonizado, por suerte el fuego no se ha infiltrado en el pueblo, las casas se mantienen intactas.

Sacudo mis alas y generó una enérgica corriente de aire, mucho más fuerte que aquella que expulsó a los soldados. El fuego desciende y se sofoca por el avance del viento, sin prisa comienza a ser dominado. Cuando se modera, va revelando la superficie quemada que cubrió, una tierra negra y seca, que presenta extraños montículos.

Tengo la penosa impresión de saber qué son.

El alarido de sorpresa y dolor de los pobladores, confirma mi sospecha: son cadáveres de campesinos que fueron quemados vivos durante el incendio.

Con el fuego subyugado regreso a la entrada del pueblo, también porque no quiero presenciar esa desoladora situación. La única fuente de luz vuelve a ser la que proviene de las lámparas apostadas en las calles.

Ya en la entrada verifico lo que ha sucedido. Los soldados se habían rendido luego de mi demostración de fuerza, y fueron sometidos por los pobladores quienes les despojaron sus armas y protecciones. Puedo estimar que quedan unos cuarenta hombres. No sé realmente cuántos vinieron, pero noto que han muerto muchos durante todo el enfrentamiento.

No cabe duda de que el aturdimiento generalizado fue la principal causa de muerte, dejaron de luchar y recibieron de inmediato el golpe final. Infundir miedo es mi otra extraña habilidad, junto con la que descubrí cuando Margot comenzó a actuar de forma singularmente heroica. Tengo muchas dudas respecto a la naturaleza de estas cualidades, sé que son propias de mi especie, pero no tengo claro su funcionamiento.

Los pobladores corren para socorrer a sus compañeros, parece que algunos han logrado sobrevivir. No sé si acercarme, la vista es demasiado gráfica y desgarradora. Me quedo en la entrada vigilando a los enemigos sobrevivientes. El desmayado oficial junto con sus custodios y arqueros son reunidos con el resto de prisioneros.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now