Salvajes

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Una hoja filosa cortó el aire frío del bosque.

La enorme serpiente tricéfala arrastró su vientre escamoso lejos del mandoble de un elfo que había arremetido para rebanarle una cabeza, se había escabullido hacia la maleza con una prisa totalmente cobarde, pero incluso a la distancia sus ojos acechaban como seis puntos luminosos en la oscuridad.

El primer intento de vulnerar la firme defensa del grupo había fracasado, pero Syrfal no bajó la guardia e instó a los elfos de la brigada que avanzaran despacio hacia un terreno más amplio y accesible. Por su parte, el capitán elfo había adelantado las espadas y lanzas de los guerreros hacia un nuevo frente, desde cuya inmensidad tenebrosa solo llegaba un farfulleo deforme, inquietante, que provenía de una criatura única en su tipo.

 Por su parte, el capitán elfo había adelantado las espadas y lanzas de los guerreros hacia un nuevo frente, desde cuya inmensidad tenebrosa solo llegaba un farfulleo deforme, inquietante, que provenía de una criatura única en su tipo

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—Un fablistanón —exclamó Syrfal reconociendo el horrible sonido.

Larzlou simplemente asintió y se dirigió a sus hermanos de armas.

—Cohíban su sensación acústica hasta que logremos matarle —ordenó.

Fue entonces que la figura monstruosa de una bestia alada de cuello largo y colmillos lobunos surgió de la bruma, con esos ojos fosforescentes que revelaba un odio supremo a todo ser viviente.

Era de conocimiento antiguo que los fablistanón tenían un vínculo perdido en el tiempo con ciertas razas demoniacas que una vez poblaron la tierra, por ello hasta las especies tribales las temían y trataban de exterminarlas. Aunque gracias a esa habilidad para degradar a un ser inteligente hasta la locura solo con la sonoridad de su farfulleo, solían incitarlos para que atacaran a los elfos y a las hadas, quienes eran sus rivales naturales.

La criatura elevó el volumen de sus desagradables sonidos, el espantoso concierto alcanzó hasta la última oreja puntiaguda pero sin éxito, pues los elfos habían detenido anticipadamente su sensación de ruido, insensibilizándose a voluntad para evitar cualquier siniestro hechizo de control mental.

El fablistanón advirtió la ineficacia de su única arma del triunfo, y arremetió furioso con movimientos antinaturales y espeluznantes que solo se esperarían de un ser salido del averno. La cuadrilla élfica rindió los otros frentes para descargar toda su fuerza contra el recién llegado. No había de qué preocuparse pues los monstruos hongos ya habían sido disueltos y la serpiente, ahuyentada hacia los matorrales.

—¡A las armas, a las armas! —gritó Larzlou, el capitán elfo, y no era para menos pues el tamaño del fablistanón estando a unos pies de distancia, se había agigantado rápidamente y con una mirada de diabólica superioridad los contemplaba desde arriba, buscando algún distraído ejemplar que llevarse a su guarida.

Al grito de batalla le sucedió una lluvia de proyectiles mágicos que chamuscaron el cuerpo del monstruo con un calor espontáneo que no produjo fuego ni irradió luz alguna, pues desde luego, los hechizos incendiarios se anulaban en aquella región del bosque.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now