Trémaca

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Trémaca también extendió las manos cuando la discreta persona frente a ella le ofreció aquellos frutos del bosque.

Quizá aún conmovida por el asombroso gesto caritativo de la desconocida y la punzante sensación de hambre que la embargaba se le olvidó agradecer como era debido. Su hermano Tesius le propinó un suave golpecito en el brazo, y ella se dio cuenta de su falta.

—Mu-muchas gracias —dijo, mientras doblaba un poco la cabeza.

—No hay de qué.

Trémaca no pudo hacer más que entregarse a la comida, había resistido el hambre solamente por la preocupación y porque la situación exigía una dureza física que la hiciera estar atenta en todo momento a lo que ocurría, sin palidecer o desmayarse.

Pero ella era una niña, y como todos los niños, por más que se les demande una absoluta firmeza del cuerpo, ellos involuntariamente terminan sucumbiendo a las necesidades más básicas como son el hambre o el sueño.

Cuando notó que ya no quedaba más en sus manos, ni siquiera un pequeño rastro de jugo que pudiera saborear con la lengua, Trémaca observó solapadamente a la extraña persona que había sido tan indulgente con ellos.

La encapuchada les estaba ofreciendo las mismas deliciosas frutas a los demás niños y mujeres que se hallaban en el vagón. Quizá como un acto de no haber mostrado prioridad por Tesius y ella, sino queriendo ser gentil igualitariamente.

Imaginó por su voz que se trataba de una mujer joven y, al sacar las manos fuera de la túnica, descubrió que llevaba unos largos guantes de algodón, por otro lado, la túnica apenas consentía una oscura cavidad para cerciorarse de que la piel de su rostro era claro como el marfil. Pero no permitía ver mucho más, lo cual le resultaba un excesivo cuidado frente a la contemplación de las miradas intrusas.

Dedujo que era muy alta a comparación del resto de personas en el lugar, quizá le parecía así desde su humilde perspectiva de niña pequeña. Pero si antes pensaba que su hermano era alto, ahora tenía que modificar su visión de las cosas.

En uno de los dedos presumía un brillante anillo por lo que supuso que se había casado en nombre del panteón de los dioses. Sin embargo, un examen más detallado le reveló que la piedra púrpura que la adornaba no correspondía con el grabado matrimonial que caracterizaba a los anillos de los que contraen nupcias a través de la Iglesia.

Quizá simbolizaba otra cosa, como, por ejemplo, una prueba de su devoción hacia una religión herética, lo cual era una costumbre muy practicada en la época.

Por otra parte, se preguntó cómo hizo para cargar consigo una gran cantidad de frutas. Aunque, era posible que debajo de la túnica pudiese esconder, sin temor a ser intervenida, una bolsa con provisiones para el viaje, suponiendo que no comería durante horas, y que quizá no le ofreciesen ningún alimento, como suele suceder con los cautivos.

Trémaca renegó porque aquella idea no se le había ocurrido. Todo aconteció con mucha prisa, y no pudo detenerse a pensar en lo que hubiera necesitado antes de partir. Además, cualquier objeto que hubiera llevado, le habría sido arrebatado, como le despojaron a Tesius de la espada que quería traer para defenderse. No entendía cómo aquella misteriosa mujer había superado tranquilamente la estricta fiscalización de los invasores. Pero, de algún modo, se sentía agradecida de que nadie lo hubiese notado, de otra forma no habría podido saciar su hambre.

Se preguntó si podía pedirle más. Los frutos del bosque representaban el único manjar que solía devorar con verdadera pasión, le encantaba su sabor ácido pero refrescante, y el hecho de que solo podía comerlas en determinadas épocas del año provocaba que las ansiara caprichosamente.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now