Reunión

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El regimiento de bienvenida se posicionó a lo largo del camino que dirigía hacia la puerta Oeste.

Cada soldado provisto de una armadura de placas de acero, un escudo y una lanza arrojadiza, esperaba el arribo del primer príncipe de Zeelatrias, Valadius, junto con el cortejo real en donde, además, se trasladaban algunos miembros importantes de la corte.

Una vez preparadas las medidas de seguridad, la gente empezó a amontonarse en los laterales, dentro de la muralla, participando de la recepción que merecía el príncipe de su amado reino. Los ciudadanos se mostraban firmemente devotos de la corona, y creían que el amparo y la protección que recibiesen de ella serían suficiente para detener las pretensiones del enemigo.

La ruta prevista para el paso del cortejo hacia el interior de la ciudad estaba totalmente despejada y dispuesta. Los carruajes no tardaron en aparecer superando el temido borde del bosque de Naturle, en una carrera beligerante pero moderada, como si quisieran camuflar su urgencia.

La procesión estaba compuesta por dos imponentes y elegantes coches de caballos, escoltados por una multitud organizada de caballeros. En la retaguardia avanzaban pesados vagones de cargamento.

El suntuoso desfile atravesó severamente las grandes puertas de la entrada, mientras era recibido con vítores, palmas y exclamaciones de alegría por parte de los asistentes.

El trayecto del cortejo se prolongó hasta las proximidades de la plaza principal de la ciudad, una construcción monumental y atractiva por la belleza de sus fuentes y estatuas, en donde el marqués aguardaba pacientemente.

A diferencia de otras circunstancias en donde la visita de un miembro de la realeza suponía la ejecución de una ceremonia solemne y aparatosa, ese día se decidió eludir aquello que dictaba la tradición y proceder directamente con el encuentro. La situación exigía rapidez, eso entendía Boris, aunque el apuro podría desencadenar la molestia del príncipe, por ello debía ser cauteloso.

Los coches y la caballería se detuvieron donde acababa el asfalto, los caballeros se ordenaron en hileras estableciendo un camino seguro para su máxima autoridad, uno de ellos abrió el carruaje y de inmediato la figura formidable del príncipe fue presenciada por todos, su edad madura lo hacía poseedor de una respetable seriedad, vestía un abrigo bordado con lana y adornado con piedras preciosas y un broche de oro, en su capa azulada se distinguía claramente el conocido escudo del reino, el calzado puntiagudo era resaltado por sus pasos presurosos.

Pronto llegó a la altura del marqués quien inició el saludo protocolar inclinando su cabeza en señal de lealtad.

—Bienvenido sea, alteza real, mi ciudad honra su esperada visita y se regocija de su presencia en estas circunstancias tan difíciles.

—Gracias, Boris, usted es un noble servidor de los intereses de nuestra nación, verdaderamente me complace tenerte a cargo de un punto importante en la defensa de Zeelatrias, como lo es la marca de Veronia. Confío en que nuestro apoyo mutuo conseguirá la ansiada superación de esta singular eventualidad.

—Así será.

Aquel breve diálogo no era más que un guion previamente montado para entregar a los espectadores la seguridad de una solución inmediata, y que la tranquilidad ciudadana no se convirtiese en un caos colectivo.

Como autoridades, era una regla suprema mantener la confianza de la población para afrontar los problemas concernientes a la seguridad territorial. Al mismo tiempo, la guerra sería un útil pretexto para unir a todos en contra de un enemigo común.

Enfrente de la concurrencia la actitud del príncipe era relajada y cordial, sostuvo con el marqués un corto intercambio de palabras incluidas en el protocolo, luego se dispuso a ingresar dentro del castillo señorial, mientras que un séquito constituido por los miembros de la corte lo siguieron.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now