Castigo

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El sol arroja sus pálidos rayos sobre la tranquila pradera.

Me desplazo a través de este camino de tierra desde que salí del pueblo. El sonido de mis pasos se confunde con el rumor de un viento suave. Las huellas de los caballos y las carretas me informan que esta ruta es muy transitada; quizá tropiece con alguien a quien pedir indicaciones.

Mi situación no ha cambiado. Tengo la sospecha de que debo ir a la frontera pero no sé si será la dirección correcta. No quisiera recibir la sorpresa de que marcho en el sentido opuesto. Volver al pueblo sería un poco...

El brillo solar se incrementa a medida que pasan los minutos, siento en mi piel expuesta la tibia luz. Debí pedir un manto o una túnica para cubrirme, desconozco si mi piel puede enrojecerse a causa del prolongado contacto con el sol. Además, esta armadura puede resultar bastante llamativa y reveladora.

Registro la bolsa que me regalaron antes de partir. Son frutas que reconozco porque son propias de la Tierra, esto me hace suponer que existe una relación entre ambos mundo, pero no puedo verla.

El contenido es variado, distingo frambuesas, moras, arándanos y...

Cerezas.

De pronto, la imagen de Margot asalta mi mente con osadía, y la sensación de aquel beso se torna clara y real, como si me lo volviese a dar una y otra vez.

Espanto con dificultad ese recuerdo, su sola evocación me distrae e inquieta mis latidos. Ahora que he abandonado la seguridad de un lugar protegido por su gente, debo disponer de una máxima concentración para que nada logre sorprenderme.

Sigue siendo de día, el paisaje sugiere una serenidad ininterrumpida, no parece que algún peligro vaya a manifestarse. A lo lejos vislumbro una masa espesa de árboles, a medida que me acerco se eleva con imponencia, el camino se tuerce rodeándola. Eso me alivia, a pesar de que mi miedo sea infundado, no es seguro atravesar aquel bosque con total frescura.

No tengo conocimiento acerca de las criaturas que acechan desde su interior; si decido imprudentemente cruzarlo, podría recibir una fatal emboscada. Aunque mi fuerza y habilidad quizá sea la suficiente para someterlos, ya me he involucrado en demasiados problemas como para tomarme esto a la ligera.

Cuando su proximidad es inminente disminuyo mis pasos, quiero examinar con detenimiento el borde del bosque, determinar si alguien puede estar observándome. Para mi suerte, los árboles son tan comunes y corrientes, no hay señal de vida silvestre o de movimiento.

Continúo la marcha con normalidad, aún presiento que algo puede salir de allí repentinamente y asustarme. La ansiedad hace que rebusque la bolsa de frutas, y me lleve una a la boca. Cogí un arándano, su sabor es ácido pero refrescante. Involuntariamente busco más, evitando siempre tocar las cerezas. Sé que no me alimento porque tenga hambre, de hecho, la sensación que tuve ayer fue una ilusión que confundió mi estómago. Comienzo a creer que los ángeles no necesitan comer y solo lo hacen por capricho.

Sin embargo, debo admitir que las frutas frescas son deliciosas. En mi antigua vida todo lo que consumía era alimento procesado, no natural, o modificado de alguna forma. Realmente comía mal, y quizá eso fue uno de los detonantes de mi paro cardiorrespiratorio.

Oigo el crujir de una rama, por instinto dirijo la vista al origen de aquel ruido, y la presencia que percibo me causa un vergonzoso susto. Solté sin querer un arándano, éste rodó por la tierra ensuciándose.

A pesar de haber sido sorprendido, regreso a mi anterior estado de tranquilidad e indiferencia, con un imperceptible enojo que me hierve la sangre.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now