Caballería

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El atardecer desde el cielo siempre es un espectáculo asombroso.

El radiante disco solar sonroja un vasto y liso colchón de nubes, ocultándose en el Poniente, mientras se extiende una lucha feroz entre sus llamas y las sombras de una noche que se cierne lentamente sobre el paraíso.

Los níveos edificios de La Ciudadela son inflamados por los colores cálidos del horizonte, dándoles un aspecto encendido y ardiente. El imponente palacio, con sus impresionantes motivos estéticos, parece una gran llamarada incandescente emergiendo de la tierra. Por un instante, todo evoca la imagen de una ígnea ciudad infernal custodiada por un siniestro guardián. Argant, el amenazante golem de batalla, reposa inmóvil en el centro de la gran plaza. El tránsito de los ángeles se reduce significativamente mientras caldean los últimos rayos del sol.

Dentro del palacio, Nayarit recorría el largo corredor que antes había cruzado con Morfradite, la luz flotante de las numerosas lámparas iluminaba vivamente cada espacio de las paredes, quería detenerse para examinar las perfectas obras pictóricas, pero Alice quien la escoltaba hacia los misteriosos visitantes, no evidenciaba el menor deseo de hacerse esperar. Lo habría hecho si se lo pedía, se dijo Nayarit, sin embargo, valoró la importancia del encuentro e intuyó que se consideraba un asunto urgente y necesario.

A pesar de su interés por relacionarse con otros, se encontraba celosamente en alerta, ¿quiénes eras aquellos individuos denominados caballeros? Recordó que Morfradite también había hablado de una caballería, sin duda aludía a los mismos que ahora aguardaban por ella para darle la bienvenida.

Solo debo mantener el porte de una princesa, se confortó interiormente. Pensó que hallaría en tales seres un comportamiento semejante al exhibido por Alice, aunque no sabía si tratarlos de forma idéntica o si era preciso construir un vínculo especial, una que los dejara satisfechos y felices por su regreso.

Al fin alcanzaron las escaleras, la amplia estancia principal las recibió con sus prodigiosas esculturas cuidadosamente erigidas en el más lustroso marfil, la solemne estatua de Urania confrontaba al ordenado grupo de visitantes, siluetas apostadas en silencio manteniendo una posición firme durante el pausado descenso de la princesa. Nayarit contuvo el aliento, y sus ojos se posaron accidentalmente en la figura a la vanguardia, en quien parecía recaer la autoridad del conjunto.

Una esbelta mujer le devolvió la mirada, era un ángel de belleza singular, de abundante cabellera parda, con unos ojos dorados que conferían a su rostro un aspecto mágico; a diferencia de sus propios ojos que eran sagaces y felinos, los de ella poseían una infatigable templanza, una paz absoluta, la seguridad de que era incapaz de causar perjuicio o daño alguno. Sin embargo, este atributo desentonaba con la manifiesta función que ejercía: iba armada como un caballero.

Vestía una armadura plateada embellecida con bordes de oro reluciente, incompleta, pues revelaba la tersa piel de sus muslos y brazos, y el sector del cuello en donde pendía una pequeña gema turquesa. Presumía unos pechos de importante calibre, y un cuerpo sutilmente fornido y saludable. Sus alas emplumadas retraídas se balanceaban con lentitud prudente.

Portaba una larga espada de doble filo cuya empuñadura tenía un anillo metálico y un par de alas como diseño decorativo. En la otra mano sujetaba un formidable escudo con las mismas decoraciones aladas y una esfera azul oscuro de material desconocido.

 En la otra mano sujetaba un formidable escudo con las mismas decoraciones aladas y una esfera azul oscuro de material desconocido

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Arcángel de la guerraTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon