Mentor

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Una vez en la plaza, Nayarit pudo contemplar el mágico atardecer en el cielo.

La asombraba ese color de incendio que parecía cernirse sobre el blanco marmóreo de los edificios y las construcciones de estilo clásico. Era un efecto de fuego abrasador tan intenso que daba la impresión de haber sido provocado por el brillo de una bomba nuclear detonada en el horizonte. Incluso le asaltó el miedo fugaz de que fuese en cualquier momento engullida por aquella luz; quizá el resultado de haber visto muchas películas apocalípticas.

Acompañada por Apolouna y el principado, Nayarit divisó tres siluetas aproximarse surcando el cielo con un trote apresurado. Se oyó un sonoro relincho mientras descendían con una maniobra perfecta, pisando silenciosamente el liso pavimento de la plaza. Vayentia encabezaba el cortejo de caballos alados, presumiendo un aspecto novedoso y apropiado para la ocasión. Una reluciente y pesada armadura guarecía su cabeza, su cuerpo y sus alas, placas metálicas acopladas que parecían funcionar no solo como un sólido exoesqueleto protector sino también como una masa muscular extra que le permitía ejercer y soportar más fuerza de la que un caballo normal resistiría.

Nayarit se aproximó a la montura, el animal sacudió su lomo al sentir el suave tacto del ángel, agitó las alas, relinchó, feliz de tener otra vez su compañía. Ella creía no merecer semejante saludo, que se alegrara por una insignificante migaja de su atención, si tan solo tuviese más tiempo para compartirlo con él, fortalecer de alguna manera aquel vínculo mágico.

Siempre habrá cosas que tendrán que esperar, pensó.

Subió de un salto que hizo traquetear el armazón de la silla, desde allí se dio cuenta de que había componentes tecnológicos ensamblados entre las placas. Por supuesto, no reconoció ninguno, sin embargo, al sujetarse del arnés activó un sistema holográfico que le mostró la imagen de un panel lleno de instrumentos digitales de vuelo.

Vayentia, ¿eres un avión o qué?

Entonces descubrió que había palabras escritas en el idioma de los ángeles (todavía fuera de su comprensión) que describía cada uno de ellos. Podría saber para qué servían si los leía.

Poseída por un acceso de curiosidad, materializó las gafas y le echó una rápida ojeada. Se encontró para su sorpresa, con una serie de indicadores de navegación y comunicación, señalaban su ubicación exacta en el cielo y la posición de todas las entidades en vuelo, y de los objetivos que el sistema detectase por seguimiento.

Esto último era especialmente interesante, pues, había toda una interfaz exclusivamente diseñada para el armamento. Aunque no pareciera que Vayentia pudiese cargar con misiles o ametralladoras de gran envergadura sí que tenía unos dispositivos extraños, esas piezas tecnológicas que había visto antes, pero estas permanecían encajadas en la armadura, ocultas en estado de reposo.

Se le ocurrió que si activaba la interfaz del armamento desmontaría de golpe todo el arsenal de armas del que disponía. Quería intentarlo solo por la experiencia de pilotar algo sacado de la segunda guerra mundial.

No ya un avión, tú eres un caza, sonrió.

Le dio una cariñosa palmada.

Kamielle, por su parte, montaba un pegaso de lustroso pelaje alazán. Nayarit lo había conocido anteriormente, mientras se trasladaban al santuario adamantino, aunque en esta oportunidad llevaba una cabalgadura de lujo, cubierta de tejidos aterciopelados y pedrería decorativa. Tenía la apariencia de ser una montura propia de actos ceremoniales, pues carecía por completo de protección. Su función era ajena a las armas, lo cual tenía sentido siendo su propietario una mezcla entre canciller y obispo.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now