Llegada

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Vayentia avanza al trote, silencioso y estable, con el aleteo uniforme y elástico de sus robustas alas. Nos acercamos a La ciudadela muy lentamente, a pesar de abarcar casi todo el campo frontal de nuestra visión aún está lejos.

Permanezco en una hipnótica y absorta contemplación ante el admirable despliegue de poder que la imagen de la isla flotante me transmite. Me sorprende su tamaño, es tan grande que sería capaz de eclipsar la luz del sol para toda una ciudad en la superficie. Sin embargo, sospecho que la zona sobre la que ejerce su sombra está deshabitada. No creo que nadie pudiese vivir en un lugar eternamente oscuro.

A medida que nos acercamos la silueta de la ciudad me parece mucho más precisa. Puedo distinguir la división imaginaria entre el espacio urbano y el área destinada a la naturaleza. Ambos lugares contrastan equilibradamente, configuran un entorno proporcionado y justo donde ninguno parece dominar al otro; aunque ambos se extienden amplias distancias que desde tierra sería imposible alcanzar a simple vista.

Llegamos a la frontera de La ciudadela, adentrándonos en su porción de cielo. Contemplo con curiosidad el límite que lo separa del vacío: el gran desnivel genera cascadas de agua que caen verticalmente hacia la superficie. Ser testigo de aquel asombroso fenómeno natural me llena de admiración.

Aunque no entiendo cómo es posible que el agua se mantenga en estado líquido a una altura tan elevada, ¿acaso no debería evaporarse y volver a las nubes? Bueno, después de presenciar la existencia de una isla flotante, creo que mejor dejo de cuestionar la extraña física de este mundo.

Ahora nos recibe un viento fresco cuya fuerza se desplaza en dirección contraria. Me sujeto con firmeza de la silla mientras mi caballo alado maniobra hacia la ciudad, dejando atrás los bosques y lagos y toda evidencia de vegetación. Me pregunto qué tipo de animales o criaturas míticas podría albergar esta frondosa y vasta región silvestre. ¿Serán peligrosos?

La ciudad se presenta ante nosotros como una concentración de edificios bajos, sencillos y expresivos, cuyo estilo parece una síntesis entre lo clásico y lo moderno. Algunas construcciones imitan las decadentes ruinas de una civilización antigua, mientras que otras plantean una recuperación de la arquitectura del pasado con formas caprichosas y ornamentadas.

Despierta mi atención la imponente figura de un palacio destacándose esplendoroso en el horizonte curvo de La ciudadela. Pero aquel, a diferencia de los que he visto antes, tiene todas las características de una obra arquitectónica y artística muy exigente, como si su propietario quisiese demostrar que el ejercicio de su gobierno es incuestionable. ¿Será esta persona profundamente egocéntrica?

Aunque, pensándolo con más cuidado, yo represento una autoridad para los ángeles, ¿no debería esa pomposa residencia pertenecerme? Si es así, ¿habrá alguien más ocupando mi lugar como príncipe o princesa de los ángeles, o como arcángel?

Varias preguntas me asaltan a modo de flechas mientras nos aproximamos sin retrasarnos. Esto me causa una progresiva sensación de pánico, un nerviosismo que poco a poco aflora y se manifiesta como un hormigueo en mis piernas. Hace mucho que no me había abandonado la tranquilidad, pero ahora me encuentro ligeramente excitado e inquieto frente a la apremiante reunión con otros de mi especie.

Me concentraré en mi papel, necesito que mis suaves rasgos y mis movimientos transmitan la seguridad y la serenidad que un ángel de mi categoría debe poseer. Recuerda, Horacio, no, Nayarit, no flaquees ni vaciles ante ellos, endurece tu expresión. Ahora eres una mujer, y una autoridad por encima de cualquier ángel, acreditada y respaldada por la "diosa de todo".

En la claridad del día la ciudad me recibe, desprovista de sombras y de bruma, los edificios y las casas ganan altura mientras yo desciendo con la destreza prudente de Vayentia. El pegaso selecciona un lugar muy espacioso y despejado para aterrizar, se trata de una gran plaza circular, rodeada por una serie de columnas estilizadas que se levantan sobrias pero monumentales.

Arcángel de la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora