Reliquia

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No habituada a la magnificencia de las cortes palaciegas, Nayarit se impresionó por el lujo y la grandeza desplegada en aquel inmenso salón donde se celebraría la primera sesión real.

Al entrar se sintió envuelta por un aire cálido, mezcla de perfumes de flores celestiales y exquisitos aromas frutales, los altos candelabros ardían tenuemente, opacados por el atardecer que se filtraba de las ventanas. Las paredes estaban cubiertas de ricas tapicerías, colecciones de obras maestras del arte angélico que no podían faltar en ninguna estancia o corredor del palacio.

Nayarit todavía no entendía qué orden de los acontecimientos la habían arrastrado hasta allí, a punto de presidir una reunión de gran importancia en donde tomaría aquellas decisiones políticas que le correspondían como autoridad suprema de La Ciudadela. Ella simplemente se dejó conducir por sus sirvientas, acompañada por el principado y el solemne cortejo de caballeros

Se trataba de una asamblea de emergencia convocada por la Caballería Celeste, razón por la cual no fue absolutamente oportuno que asistieran los líderes de las demás órdenes celestiales. Sin embargo, uno de ellos, que había inaugurado su presencia ante Nayarit durante la ceremonia de investidura, se hallaba como espectador de aquel consejo militar, aunque su palabra no tuviese el mismo peso que la de los guerreros y solo podía intervenir cuando las circunstancias lo exigiesen.

La princesa suspiró, sus pasos firmes, resueltos, resonaron al ingresar debido a la perfecta acústica del recinto. No supo si debía acomodarse en aquel asiento cuidadosamente decorado como un trono, pero un destello de sentido común la obligó a aceptar esa vanidad. Desde su privilegiada posición fue consciente de las dimensiones del caso, la responsabilidad que se le impuso encontraba su máxima expresión en la desenvoltura con la que tenía que manejar aquellos serios y trascendentales actos de gobierno.

Mientras esperaba que los representantes de la caballería ocuparan los principales escaños del salón, solo logró pensar en el satisfactorio y relajante baño de la víspera, y se prometió que, apenas ganase su libertad ese día, regresaría al estanque para borrar por unos minutos el recuerdo de ser un personaje influyente para todo un reino.

Su hermoso semblante admirado por los ángeles y sus brillantes ojos de felino siempre alerta, emanaban cierta gracia profunda de soberana. No obstante, ella no había reparado en aquel detalle, y se preguntaba con enorme curiosidad por qué todos los presentes la contemplaban como si estuviesen fascinados por una gloriosa obra de arte y, al mismo tiempo, contagiados por el respeto y la seriedad que significa encontrarse ante el ser más poderoso.

Cuando Nayarit declaró su conformidad, las puertas se cerraron lentamente. Al silencio preliminar le siguió la participación del principado, quien ocupaba un escaño prioritario cumpliendo su función de consejero real. Apolouna, capitán de la caballería, no puso objeciones a esa decisión, pese a que él no intervenía en las obligaciones propias de la orden de caballeros y era absolutamente ajeno a sus incursiones mundiales, excepto cuando se le solicitaba un soporte diplomático. Sin embargo, el motivo de su presencia tenía un fundamento psicológico desconocido: el apoyo que podía proveerle a la princesa en asuntos a los que su memoria de recién nacida no consiguiera llegar.

—Caballeros, su alteza suprema nos ha concedido amablemente el honor de celebrar esta sesión real atendiendo a la urgencia de vuestro pedido. En consecuencia, las cuestiones que se pondrán bajo la consideración y el juicio de su alteza deben plantearse con la suficiente pertinencia, dejando los asuntos más corrientes para una reunión posterior acorde con el itinerario programado. Si la lógica de esta advertencia es aceptada por todos, y si su alteza suprema está de acuerdo, quiero ceder la palabra a nuestro insigne capitán de la caballería.

Un simple asentimiento de Nayarit fue el único signo de su aprobación.

La armadura de Apolouna traqueteó al efectuar una reverencia, se la veía bastante tranquila y relajada, con esa expresión maternal capaz de ablandar el corazón más rebelde. Se preguntó si aquella madurez física, todavía fresca y radiante, ocultaba detrás una historia de amor consumado, quizá llevaba a cuestas una vida matrimonial, quizá tenía hijos, quizá no le hacía falta nada para ser feliz, y solo desempeñaba su trabajo como un acto de devoción hacia ella. De pronto, su voz la hizo volver a la realidad.

Arcángel de la guerraHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin