Fuerza

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Ha transcurrido un largo momento desde que el vagón se detuvo.

Sospecho que no es otra parada de descanso a mitad del recorrido, sino que, por el contrario, hemos llegado a nuestro destino. El sol ha salido por segunda vez, los pequeños agujeros del vehículo iluminan el sombrío recinto. No estoy cansado, ni mucho menos hambriento, resistí victoriosamente el prolongado y agotador cautiverio que supuso el viaje.

Mi cuerpo ha demostrado tener una sólida defensa ante las condiciones adversas, soportar el hambre y el sueño me permitió reflexionar con tranquilidad y lucidez acerca de las acciones que tomaré durante la ejecución de mi misión. A pesar de haberme dedicado plenamente a ello, hay cosas de las que solo la suerte se encargará, y que por lo tanto, me son inciertas.

Por ejemplo, el hecho de tener que usar la capucha todo el tiempo. Temo que en cualquier instante un soldado se me acerque exigiendo que me la retire de la cabeza, en cuyo caso, mi rostro quedará expuesto a las miradas inquisidoras. No quiero verme obligado a utilizar la fuerza, todavía no, la reservo para el acontecimiento principal. Pero lo que ocurra con mi túnica, es un suceso que estoy abandonando a la pura suerte.

Por otro lado, no sé qué pasaría si contemplasen mi rostro. Nixie mencionó que la túnica anula mis encantamientos de percusión, de forma que no serían afectados por lo que mi amabilidad o mi cólera pudieran originarles. Pero ¿qué sucede con mi belleza?, o peor, ¿con mi cabello? Ellos definitivamente comprobarán que está moviéndose y ondulando como el fuego.

Estos detalles son imposibles de resolver, debo mantener un perfil discreto y evitar que se fijen en mí, así tenga que actuar sumisamente. Maldita sea, no quiero hacer eso. Todo es culpa de la diosa que no me permite asesinar a nadie que no sea mi verdadero objetivo.

Anda, Maurielle, que te hace un par de muertes, o unas cuantas, las suficientes para que decidan no volver a involucrarse en herejías.

Escucho la agitada faena de los soldados que seguramente preparan el traslado de los prisioneros cuando salgan de los vagones. Me asomo por uno de los agujeros luminosos para examinar el estado del exterior, la luz solar me impide una clara visión de lo que ocurre afuera, pero alcanzo a apreciar el notable contingente de guardias formándose en filas ordenadas y bien dispuestas.

No sé qué estarán tramando, solo espero que no me arruinen la infiltración, hasta ahora lo he estado haciendo bien y no quiero fallar. No es que tenga algo que probar, ni siquiera me ilusiono con una recompensa. Creo que la única esperanza que ahora me mueve es mi ansia de supervivencia.

Todos me observan, advertí las miradas curiosas de los otros cautivos antes de que volteasen. Quizá llamé mucho la atención cuando me esforcé por ver a través de la abertura. ¿Sospecharán de mí? Tal vez sí, pero me toleran y respetan porque gracias a mí no padecieron de hambre, aceptaron complacidos los frutos del bosque que les ofrecí.

El muchacho, en cambio, perseveró la mirada hacia el vacío, mientras sostenía la cabeza durmiente de su hermana en las piernas. Ella duerme como un bebé, sin importarle lo incómodo que puede resultar la banca de madera, o el sofocante y hermético ambiente del vehículo.

Ese par me intriga profundamente, en especial él, porque es dueño de un aura muy extraña. Detecto que posee una naturaleza que no tiene el resto, me arriesgo a declarar que no es humano, pero tampoco se compara a la condición de ángel.

Quise averiguar más sobre ellos haciendo una pregunta inocente y sutil, pero desperté sin querer las sospechas y la molestia del muchacho. Quizá pregunté lo que me resultó más obvio, él posee aquella misteriosa aura, mientras que ella es como todo ser humano ordinario. Parece imposible que ambos sean hermanos de sangre, y si lo fueran, entonces habría un desequilibrio en la naturaleza que produjera individuos de la misma madre pero con distintas condiciones.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now