Ventisca

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Crowric, el oficial a cargo del regimiento de asalto, observaba con satisfacción que el saqueo se desarrollaba sin contratiempos. El éxito de su misión era importante, debido a la escasa reserva de provisiones que el ejército apostado en la baronía de Casovor poseía, y cuando se acabara, la retirada sería obligatoria.

Los pobladores sometidos habían sido reunidos en una zona despejada, para que su vigilancia sea sencilla; además, fueron examinados para despojarles de cualquier herramienta que pudiesen usar como arma.

Movido más por el aburrimiento que por la impaciencia, Crowric ordenó a sus hombres que iniciaran el incendio. Señaló la cosecha de trigo como lo primero que debía arder esa noche. De manera que los soldados arrojaron las primeras antorchas hacia el campo de cultivo, asegurándose de que estas cayesen lejos para que, cuando el fuego alcance el pueblo, ellos ya se hayan marchado.

La acción de los soldados desencadenó una automática respuesta de los pobladores, quienes burlaron la vigilancia de sus custodios para arremeter contra los que estaban ejecutando aquel acto devastador. Sin embargo, fueron repelidos por una lluvia de flechas que llegaron desde todas las direcciones. Los disparos les ocasionaron heridas comprometedoras y muchos agonizaron hasta morir.

El panorama era desalentador, solo un grupo reducido de campesinos se hallaba todavía en pie, exhausto y jadeante, desesperanzado, y aguardando la última voluntad de sus verdugos.

De pronto, lo que parecía ser un cadáver, se levantó de la tierra, y miró el campo en llamas. El simple acto de mantenerse en pie le asfixiaba la respiración, se sentía confundido, su cuerpo entero parecía cubierto de tierra. Con sangre fluyendo de su boca, dejó escapar un bramido formidable.

La atención de los soldados fue a parar hacia ese cadáver andante, la primera impresión que les dejó fue el de un fantasma que había vuelto para vengarse, no obstante, descubrieron con alivio que se trataba de uno que evitó la furiosa embestida de los caballos y solo recibió un empujón.

El capitán Lascwen, no podía ocultar el dolor de ver arder aquello que él mismo juró defender, el dolor de presenciar la muerte de los pobladores, de contemplar el pueblo abandonado y en ruinas. A pesar de su terrible condición, necesitaba concederse la única medicina que aplacaría lo que estaba sintiendo: derrotar al enemigo frente a él con toda la fuerza y habilidad que le quedase.

—¡Ríndase, su pueblo ha caído! —vociferó el oficial Crowric, al ver que el capitán revelaba una intención asesina y hostil contra él.

El capitán solo calmó su interior y no prestó atención a las palabras del oficial, concentrándose en el ataque que le daría la victoria. Con rapidez, sacó una espada corta de su cinto, la blandió a pesar de que todos los arqueros apuntaron hacia él. De pronto, Crowric ordeno que se detuvieran, y por un instante, el capitán se salvó de ser fusilado por las flechas, frente a la mirada extraviada de los pobladores sobrevivientes.

—Unas últimas palabras... —dijo Crowric, con un tono que quería poner en ridículo al viejo y montar un espectáculo para sus dirigidos.

—Mi nombre es Feidor Lascwen, excapitán de la octava compañía del ejército de Zeelatrias, honor que me dio su majestad Lotarius, rey de Zeelatrias...

Quizá el delirio producido por el alcohol hizo que perdiese el hilo de su discurso, el capitán enmudeció y no supo cómo continuar. Obligó a su mente para finalizar la idea que estaba esgrimiendo con solemnidad.

—¡Por mi amado reino y por mis amigos!

—¡Disparen!

La orden del oficial fue acompañada por una cantidad exagerada de flechas. Los proyectiles se dirigían al viejo que cargaba contra ellos con la única esperanza depositada en el filo de su espada corta.

Arcángel de la guerraTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon