Alice

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Nayarit miró alrededor.

El amplio comedor palaciego lucía solitario y silencioso bajo la vastedad clara, limpia y profunda del firmamento. La verde arecácea se balanceaba ahora débilmente, sintiendo quizá la dolorosa ausencia de la antigua ama y señora del palacio.

¿Le habría convencido de que se quedara con ella? Pedirle que sea su huésped y mantuviese su residencia en aquel lugar, como una atenta retribución hacia su sincera hospitalidad. Sin embargo, habría sido muy arriesgado convivir con una belleza celestial como Morfradite. ¿Por cuánto tiempo hubiese podido mantener esa fachada de santidad, inocencia y moral perfecta teniendo a su alcance a una mujer capaz de encantar el corazón de cualquier hombre?

Nayarit no había olvidado que a pesar de encontrarse en el cuerpo femenino de un ángel persistía su atracción sexual por otras mujeres. Este comportamiento lo mantenía férreamente controlado para evitar que surgiesen situaciones incómodas o comprometedoras, que hicieran dudar de su posición como princesa de los ángeles. No obstante, Morfradite, tenía el potencial de hacer trizas cualquier intento de mostrar una fortaleza y dominio interno sobre las propias pasiones. Era como arrojarse de cara hacia una hoguera y esperar que no quemara.

Por ese lado, resultó un alivio que se hubiese marchado. Además, no sabía hasta qué punto su presencia representaría una fuente de sospechas y vacilaciones en los demás ángeles, estos no estarían completamente seguros acerca de quién era la legítima gobernante de La Ciudadela. Cuando las viesen paseándose por los balcones del palacio, recorriendo la plaza o los sitios sagrados, creerían que la autoridad ha sido repartida y que ambas poseen el mismo poder para dirigirlos.

Morfradite se fue para permitirme ejercer el gobierno libremente, pensó Nayarit.

Su repentina partida contenía un mensaje bastante claro. Desde ahora debía cargar sola el peso y la dicha de ser el monarca absoluto de La Ciudadela angélica, representarlos, cuidarlos y guiarlos con sabiduría y responsabilidad a través del misterioso mundo que se abría vertiginosa y peligrosamente ante sus ojos.

Muy bien, exclamó interiormente, dispuesta a aceptar el papel que se le imponía. Entonces, ¿qué hacer?

Nayarit tomó un canapé del cesto de los aperitivos, el almuerzo le pareció exquisito, toda la comida que consumió, aunque no podía saciar su estómago porque no tenía hambre, sí que estimulaba su sensible paladar. Viendo que sería una actitud irrespetuosa no terminar lo que le habían invitado, se propuso saborear algunos bocados más, mientras pensaba en cuál iba a ser su siguiente paso.

Ya no quedaba ningún rastro de la intensa luz que absorbió a Morfradite, parecía que ella había dejado de existir físicamente, sin embargo, la energía de su aura persistía en el recinto como la perturbación magnética de un poderoso imán. Tardaría un largo tiempo en desaparecer de su radar sensorial, borrándola definitivamente de su vida.

Nayarit sabía que no debía preocuparse demasiado por la diosa de la belleza, ella misma mencionó cuando le explicaba la naturaleza de los dioses que estos también pueden regresar desde la dimensión divina en donde habitan hacia el mundo material. Cabía la posibilidad de que volviese en cualquier momento, y rogaba porque estuviese preparada para recibirla.

Se incorporó lentamente ejecutando el mismo agradecimiento reverencial que su anfitriona. Apenas movió un músculo tocaron la puerta de la estancia tan despacio que casi no logra percibirlo. Se hizo un silencio incómodo. Tuvo la sensación de que la persona detrás esperaba una orden suya para acceder al comedor. Como un acto reflejo decidió colocarse de nuevo las placas plateadas de su armadura, no quería que la encontraran vestida con la reveladora prenda de lana.

Arcángel de la guerraOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz