Debilidad

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Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo.

Luego de elevarme a una altura segura, desciendo lentamente como una pluma, la resistencia del aire frena mi caída. Pero mi vuelo no es estable, sino que siento que pierdo el equilibrio y la firmeza para permanecer en un desplazamiento constante. Desde que recibí ese hechizo mis alas no han vuelto a ser las mismas. Algo se ha instalado solapadamente en ellas, una especie de debilidad o enfermedad.

Cuando advertí esto, mi primera reacción fue escapar, valiéndome del desconcierto y de la lamentable circunstancia de los presentes. Ellos no opusieron fuerza a mi huida, quizá el desastre que causé los mantuvo reservados, y no les pareció conveniente detenerme. Me dejaron ir.

Sin embargo, ahora estoy arrastrando una insoportable molestia. No calculé que esto pudiese ocurrir, creí que ninguna acción humana sería capaz de perturbar la sólida fortaleza de un ángel. Según Maurielle, este cuerpo es una obra maestra, por lo tanto, debería disfrutar de una vitalidad perfecta, y no ser perjudicado por pequeños esfuerzos.

Tal vez la advertencia de Nixie tenga que ver con esta extraña condición, su precaución ante la presencia de ese mago es curiosa. Definitivamente hay algo que no estoy considerando, después de todo, ella solo puede darme información en la medida que la diosa lo acepte.

No lo sé, en verdad, ahora todo me resulta irritante, lo único que quiero es reposar cómodamente en algún lugar despejado y silencioso.

Mi descenso es lento, y en ocasiones pierdo el equilibrio, pero por fortuna no me desplomo. Poco a poco me aproximo a la superficie, estoy en la periferia de la ciudad, ellos no pueden verme, pero, desde mi posición percibo cómo la población se ha movilizado hacia la plaza principal, rodeando el castillo del marqués.

Mi velocidad aumenta, por fin la resistencia de mis alas cede ante el adormecimiento. Ocurrirá justo lo que penosamente temía: voy a precipitarme hacia la tierra como un muñeco. No obstante, aún poseo la fuerza para enfrentarme a la implacable gravedad.

Mientras que el sol se encuentra atravesando sigilosamente el cielo rumbo hacia el ocaso, yo planeo con fragilidad esperando el momento del impacto. El lugar que selecciono para mi aterrizaje es el interior del bosque que antes había bordeado, pude divisar un área libre de árboles en donde parecía crecer pasto seco y flores.

Ahora la caída no me preocupa demasiado, conozco cuál será el resultado y eso me alivia, aunque sería gracioso que la afección que padecen mis alas debilite también mi fuerza y me haga propenso al dolor y a las lesiones. Maldeciría a todos los seres divinos existentes...

Colisiono contra la blanda capa verde, el impacto genera otra onda expansiva y un enorme boquete en medio del bosque; afortunadamente la excesiva tensión que soportan mis extremidades no produce ninguna fractura en mis huesos, o el desgarro de mis músculos: estoy ileso.

Comienza a encantarme esta brusca forma de aterrizar, si a la larga no me originara el debilitamiento de mis piernas, la adoptaría como mi sello personal. Por el momento debo cuidarme, irónicamente este cuerpo no me pertenece, a pesar de que estoy dentro de él.

Me recuesto debajo de un árbol, en una sombra solitaria y fresca; la luminosidad del sol disminuye y la vista serena, imperturbable, de un paisaje arbóreo me impresiona y repone. Respiro hondamente para regocijarme de este breve instante de tranquilidad, y en vez de aire, siento que inspiro paz.

No había experimentado una sensación así desde que estuve en el prado, quiero decir, jamás me había detenido a concederme un descanso en soledad y silencio, solo con la compañía de mi mente. Quizá era eso lo que me faltaba.

Podría quedarme aquí toda la vida. Aunque más temprano que tarde me buscaría una vanidosa deidad para exigirme explicaciones, o para imponerme otros castigos.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now