Principado

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Cuando los caballeros se disponían a despedirse de su princesa se oyó de pronto un leve golpe, como de alguien que llamaba suavemente a la puerta.

El ruido resonó en el interior majestuosamente iluminado de la sala principal del palacio, alertando a sus ocupantes, insinuándoles que un invitado se hacía presente en el silencio de una clara noche que apenas emergía del crepúsculo. Por supuesto, nadie cuestionó la identidad del inesperado visitante, la única que tenía derecho a manifestar sorpresa era la persona que también poseía la mayor autoridad entre todos.

Nayarit, intrigada por la súbita interrupción, se preguntó quién más podría estar buscándola. No se trataba de otro caballero, pues la sola presencia de Apolouna y sus acompañantes ya era suficiente para responder por el resto de La Caballería. Entonces advirtió que estaba haciendo esperar a quien sea que se encontrara afuera, pero, ¿cómo haría para que entrase? ¿Era ella capaz de impulsar las puertas usando el mismo ademán mágico que Morfradite?

Canalizó en sus manos un poco de magia angélica e hizo un movimiento rápido, tratando de no copiar la actitud de la diosa, los caballeros notarían su torpe tentativa de imitación. Suplicó en lo más hondo que funcionase, porque de lo contrario quedaría en ridículo frente a los que lealmente habían jurado servirle. ¿Quién entregaría su fidelidad a alguien tan incompetente en el manejo de la magia propia de los ángeles?

Para su fortuna, las altas y pesadas puertas del palacio comenzaron a abrirse lentamente. Descubrió no solo que podía mover cosas aplicando magia angélica a sus manos, sino también que la persona aguardando en la entrada estaba sola, sin la compañía de ningún séquito. Hizo su ingreso mientras la cortina de la noche de fondo desaparecía a medida que las colosales puertas se volvían a cerrar.

Los pacientes pasos del visitante se oían como un rumor hipnótico, aproximándose al reunido grupo de ángeles cuyas miradas y expectativas estaban puestas en él. Nayarit lo examinó muy cuidadosamente, con excesiva curiosidad, pues nunca había visto a un ángel semejante.

Tenía una singular apariencia andrógina que soportaba el peso de una belleza deslumbrante y extraordinaria. Sus místicos ojos azulados como pozos de agua profunda, parecían capaces de descifrar tranquilamente los latidos de cualquier corazón. Aunque unas sutiles ojeras dibujaban una huella melancólica en su mirada. Tenía el brillante cabello castaño un poco largo, intencionalmente revuelto y desparramado, pero sin dificultarle la visión.

Al contemplar la figura apuesta y elegante del desconocido, Nayarit en un principio no supo discernir si era hombre o mujer, podría hacerse pasar por un ordinario ejemplar de cualquier sexo. Sin embargo, el atuendo que vestía y la forma de su cuerpo revelaba su verdadera condición sexual. Se trataba de un muchacho alado que, si fuese humano, tendría una edad aproximada de veintitrés años.

Llevaba puesta una indumentaria eclesiástica, un estilizado hábito blanco puro con motivos rojos y negros, cubierto por algunas puntiagudas placas de armadura dorada en los hombros, el pecho y la cadera. Pese a estas medidas de protección física, no tenía el aura marcial de un guerrero. Su función era otra. Lo evidenciaba la reluciente corona adornada de rubíes, y el cetro que portaba como un objeto sagrado.

El detalle definitivo, y que originaba en Nayarit una extrañeza suprema, era el par de alas emplumadas que poseía como toda criatura angélica. Sin embargo, a diferencia de otros ángeles, estas brotaban de la parte inferior de su espalda.

 Sin embargo, a diferencia de otros ángeles, estas brotaban de la parte inferior de su espalda

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Arcángel de la guerraDove le storie prendono vita. Scoprilo ora