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El silencio reinaba en la gran estancia principal del palacio celeste.

Muy pronto, Apolouna, en su calidad de capitán de La Caballería, habló ante la pregunta formulada por Nayarit.

—La Orden de la Caballería ha funcionado ininterrumpidamente desde su partida, alteza. Cuando Lady Morfradite tomó el gobierno de La Ciudadela, ella se encargó de administrar nuestras fuerzas, pero al no estar versada en materia militar me nombró su consejera personal, encomendándome el despliegue defensivo y táctico de nuestros caballeros para frenar el avance de los nefilim.

¿Los nefilim?, pensó Nayarit. Entonces hubo una guerra tiempo atrás. Aún recordaba las palabras de Morfradite, la diosa antes de despedirse le confesó que había sacrificado muchas cosas defendiendo la ciudad. ¿Se trataba de aquellos seres los que habían representado una peligrosa amenaza para los ángeles? Pero, ¿quiénes eran exactamente?

Nayarit poseía una vaga idea de lo que era un nefilim; en una de las mitologías de su antiguo mundo recibían aquel nombre una misteriosa raza de gigantes. Sin embargo, si en aquel inhóspito lugar donde las fantasías eran reales, y los espíritus podían exhibir un cuerpo material, entonces no sería extraño que los nefilim fuesen criaturas totalmente distintas a como ella los imaginaba.

—¿Cómo se desarrolló el enfrentamiento? —preguntó con sensible interés.

—En términos generales, el curso de la batalla fue favorable para nosotros. Los nefilim no consiguieron aproximarse lo suficiente a la ciudad, sus números no abastecieron el poder ofensivo necesario para llevar a cabo un asalto. La orden de la caballería supo imponerse al ataque y expulsar a los hostigadores, haciendo cumplir un Decreto Celestial que los condenaba a abandonar La Ciudadela y a vivir en la superficie como las demás criaturas mortales.

Entonces, antes del conflicto, los enemigos convivían con los ángeles como si fuesen de la misma especie. Nayarit especuló que aquel decreto celestial no pudo tener otro origen más que de una decisión de Maurielle.

—La expulsión de los nefilim implicó una renovada época de prosperidad para los ángeles —continuó Apolouna— gracias a la impecable gestión de Lady Morfradite, La Ciudadela recuperó el esplendor propio de una civilización pacífica, justa y perfecta, digna del sagrado espacio que el cielo le proporciona.

Todo lo que le iba contando le arrojaba cierta claridad sobre el lugar en el que ahora se hallaba. Nada le interesaba más que enterarse de aquellas cosas que forzosamente debía conocer, porque resultaría muy decepcionante para los ángeles si estos descubriesen de pronto que su adorada princesa no recordaba absolutamente nada acerca del reino sagrado que pretendía volver a gobernar.

—Por desgracia, la guerra también provocó importantes pérdidas —el delicado rostro de Apolouna insinuó una profunda tristeza—. La victoria fue todo menos gratuita o sencilla, afortunadamente nuestros hermanos ángeles civiles no la pagaron con sus vidas. Sin embargo, muchos caballeros perecieron como resultado de las constantes ofensivas que tuvimos que soportar. Nos apena, alteza, que los caídos no puedan contemplar su ansiado regreso, pero estamos seguros de que habrían experimentado la misma satisfacción que nosotros al verla aquí.

Nayarit sabía que debía lamentarse tanto o más que ella, pero el hecho de no haber conocido personalmente a los fallecidos la absolvía de la consecuente conmiseración. Pese a que no sentía nada por ellos, mostró un semblante invadido por una hiriente melancolía. No dijo nada, pues quería que tomaran su silencio como un ceremonioso respeto hacia los muertos.

También le sorprendió descubrir que los ángeles podían morir. Razonó que la inmortalidad angélica solo protegía a su beneficiario de la muerte por causas naturales, por ejemplo, el envejecimiento o las enfermedades. Mientras que lo exponía indefenso a la muerte inducida por factores externos, como el asesinato o el suicidio. No sabía si esta lógica operaba realmente así, pero intuía que era la alternativa más exacta.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now