Sueño

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El lento paso del caballo se oía débilmente en la soledad de la lisa llanura.

Margot había reducido la marcha para asegurarse de que su robusto caballo de guerra no terminara agotándose con demasiada rapidez, también porque a escasa distancia se empezaba a advertir la inminente aproximación del sendero de tierra con el límite del bosque, región que debía recorrerse con suma cautela.

Aquella clara mañana soplaba un viento frío, pero que aún no contenía la fuerza anunciadora del invierno. En cambio, era fresco y agradable, tibio para una piel como la de Margot, tan acostumbrada al calor sofocante del trabajo agrícola.

Ella miró hacia atrás, a través del campo que había dejado. El pueblo todavía visible, con su imagen fatigada y penosa parecía reconocer su independencia, la evidencia de que uno de sus habitantes le decía adiós. El hecho le dolió, pues comprendió que eran en verdad el pueblo y todo su mundo ordinario y conocido los que la habían abandonado a su suerte, y que ahora se apartaban de ella con la misma cortante indiferencia.

Se enderezó prometiéndose no volver la vista atrás, hacia una senda que no pensaba pisar de nuevo, a menos que un designio igual o más importante que aquel que perseguía se lo impusiera.

Su caballo torció la curva del bosque evitándolo, el golpeteo de los cascos se mezclaba con el chirriar de las ramas de los árboles que se mecían por la brisa. Margot contempló la imponente presencia de aquel frondoso follaje. No muchas veces se había aventurado más allá, y menos sin la compañía adecuada. Aunque solía visitar, como un respiro de sus actividades, unos árboles de cereza y mora que crecían solitarios detrás de las granjas, tal zona era segura y favorecía el descanso apacible.

Por el contrario, el bosque de Naturle, profunda región boscosa que se extendía hasta la lejana frontera, inspiraba un miedo sobrecogedor a aquellos viajeros que transitaban por sus límites. La incertidumbre de que en algún instante un animal salvaje o una criatura sobrenatural los asaltara les producía siempre una ansiosa preocupación durante todo el trayecto, miraban el despliegue superficial de árboles con extremo cuidado, con la esperanza de que aquel sereno paisaje no cambiase repentinamente.

Para Margot, excursionista novata, inocente en las vicisitudes que padecen los que se marchan del hogar, todo parecía contener una paz natural. El silencioso perfil del bosque, con sus altos robles y arces, arbustos y matas, se encontraba ajeno a toda clase de actividad o movimiento, como un paraíso silvestre. Mientras se mantuviese así, ella eludiría mostrarse innecesariamente nerviosa.

Apreciar el cielo nublado de la mañana contribuía a mantener firme y relajado su espíritu. De pronto se preguntó si detrás de aquellas nubes plomizas había alguien observándola, quizá más allá, en algún confín de la bóveda celeste. Se sintió emocionada de su hipótesis, pero al mismo tiempo experimentó una desalentadora angustia.

Si el anhelado destino que buscaba se hallaba en un lugar inaccesible para cualquier individuo mortal, entonces nada le garantizaba que lo encontraría tarde o temprano. Podría invertir toda su vida en la búsqueda de aquella criatura maravillosa, pero el monumental esfuerzo sería inútil si desde un principio estuviese incapacitada para cruzar por el umbral que conduce al hogar natural de los ángeles.

Como conclusión, la única oportunidad que tenía de encontrarla residía en la intervención misma de lo que buscaba. Si los ángeles lo querían, harían de su viaje una empresa beneficiosa, y cuando lo terminase, cuando por fin hubiese superado todos los obstáculos implantados por el destino, facilitarían su encuentro con aquello para lo cual había nacido, y por quien podía asegurar que estaba viva.

¿Elevaría sus oraciones a los dioses? Pese a que en el pueblo no se había levantado ningún templo, Margot había aprendido desde pequeña las formalidades que profesaba el culto a los dioses del Panteón. En particular, se dirigía con devoción a Galámeter, la diosa de la naturaleza, la fertilidad y las estaciones, tradición muy común en un pueblo que vivía de la agricultura y los productos naturales.

Arcángel de la guerraWhere stories live. Discover now