Capítulo 12

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Valentina

Bebo nuevamente de la botella de vodka que tengo en mi mano, ya perdí la cuenta de cuantas he tomado a lo largo de los últimos días, ¿o han sido semanas? No lo sé, también he perdido la noción de tiempo desde que volví a mi casa en Calabria, poco después del funeral de Dimitri.

Xander quería estar solo y yo también, que los dos estemos en una misma habitación y el ambiente ciertamente no es bueno en estos momentos para ninguno de los dos.

Necesitamos lidiar nuestro propio dolor a nuestra manera.

Esta es la mía

Tomo la botella de nuevo hasta el fondo, ignorando el ardor de mi garganta al sentir el liquido y le doy una calada al cigarrillo de marihuana que encontré en uno de los cajones de Dimitri, cabe decir que estoy encerrada en su habitación desde que volví a Calabria

Lo más doloroso fue entrar por esa puerta y ser recibida por ese vacío frío al que había estado acostumbrada durante los últimos siete años, pero desde que mi viejito se había venido a vivir conmigo los últimos meses, había sido recibida por su calidez y cariño.

Mis ojos se llenan de lágrimas al recordarlo. Sus pullas y burlas hacia mí. Sus regaños. Su sonrisa fraternal cuando le entraba el sentimiento de que tenía cáncer y pronto, tendría que dejarnos a Xander y a mí.

Solos

Estábamos solos ahora, definitivamente.

Dejo que las lágrimas se deslicen por mis mejillas libremente, he llorado y gritado hasta el cansancio que me sorprende no haberme quedado seca.

Todo está frío

Todo en mí, se ha vuelto frío de una manera dolorosa. El dolor de mi alma al perder a mi segundo padre, me consume por dentro que no tengo ganas de hacer nada; no me importa si en estos momentos me duermo y ya no vuelvo a despertar.

Quiero a Dimitri. Quiero a mi viejo cínico, molestandome todos los días. Lo quiero aquí conmigo, diciéndome que mi vida está hecha una mierda porque no he vuelto a follarme con Xander.

Entonces, viene la ira y enojo hacia los causantes de mi desgracia.

¡Malditos sean todos los Greco! ¡Todos y cada uno de ustedes!

Maldito seas, Darío Greco.

Odio admitirlo, pero que ese perro maldito me haya traicionado; me duele también porque a pesar de sus malditas intenciones, yo sé que hubo momentos en que ambos la pasamos bien. Momentos en los cuales reí y sonreí a su lado. Momentos en los que él, no era el hombre a cargo de una misión suicida.

Momentos en los que solamente...

Fuimos él y yo.

—Maldito hijo de puta...— siseo con ira— tu y toda tu familia, Darío Greco—

En un arrebato, lanzo la botella hacia la pared opuesta rompiéndola en mil pedazos antes de echarme a llorar de nuevo al recordar a mi viejito. Sollozo con todo el dolor de mi alma, al ver cada cosa en la habitación de Dimitri, mis lágrimas mojan su camisa que me puse para dormir.

¿Por qué, Dima? ¿Por qué no te despediste de mí? ¿Por qué no te quedaste un momento más conmigo, viejo maldito?

Dos toques en mi puerta, me sacan un momento de mis pensamientos. Escucho la voz preocupada de Elisa detrás de la puerta, pero la ignoro.

—Señora, traje la cena...— habla— por favor...—

—¡No tengo hambre!— grito— por favor, simplemente...— respiro entrecortadamente— déjenme sola—

El amor del ZarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora