Capítulo 40

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Valentina

Entro al baño del restaurante para tomarme un momento de respiro ante las emociones que comienzan a formarse en mi interior, inhalo profundamente y exhalo lentamente para que todo mi torbellino interno se calme, me quedo un par de minutos en el cubículo del baño mientras que la pequeña punzada de dolor aumenta un poco más con cada respiración que doy, pero intento ignorarlo.

Cuando creo que estoy lista de nuevo para enfrentarme al mundo, me lavo las manos y me mojo el rostro ligeramente para no arruinar el maquillaje, mis pensamientos quieren volverse un caos andante que no puedo permitir.

Está hecho.

Maldigo varias veces a Dimitri por tener la maldita razón al decirme que esto iba a dolerme más de lo que quiero admitir, pero sé que tenía sus razones para hacer lo que ha hecho con la cláusula y que yo no puedo intervenir, mis manos se aferran al borde del lavamanos.

Maldito viejo, detesto cuando tienes razón.

Joder, duele de la mierda. Es como si me estuvieran quemando por dentro con miles de hierros mientras me bañan en ácido para sentir más ardor del que tengo, el sabor semi amargo no se ha ido de mi boca desde que pusimos un pie en Bulgaria de nuevo y siento el estómago revuelto ligeramente.

En cuatro meses...

El destino de todos estará sellado.

—¿Valentina?—

—¡Ay con un carajo!— brinco del susto.

Yesika se sobresalta ante mi exclamación alta y se encoge un poco del miedo, acto instintivo que debe tener por la porquería que sufre dentro de su casa, respiro profundamente mientras coloco una mano en mi corazón, carajo la niña si que me ha dado un buen susto.

—Niña, demonios, no entres de manera tan silenciosa— digo— me has metido un susto de muerte, joder—

—L–lo siento, yo...— sus mejillas se ponen rojas— no era mi intención...—

Asiento en su dirección, mirándola a través del espejo y veo como baja la mirada al suelo, entonces la culpa de mi arrebato contra ella, me llega. Suspiro ligeramente, incorporándome en toda mi altura me acerco a suavemente hasta su espacio personal, maldigo internamente a Evgeni Asenov, al ver como se encoje del miedo a cada paso mío.

Maldito hijo de puta.

Coloco dos de mis dedos debajo de la barbilla de Yesika y la obligo a levante la mirada, cuando sus ojos castaños se encuentran con los míos le doy una pequeña sonrisa de disculpa.

—Tranquila, niña. No era mi intención asustarte, simplemente estaba metida en mis pensamientos, me asustaste es todo—

—Pensé que nada te...—

—Cariño, incluso Superman, tiene miedos y sustos. No por ser mafiosos, somos las excepción, ¿de acuerdo?—

Asiente y suelto su barbilla, pero cuando noto que está a punto de bajar la mirada otra vez, la detengo. Nuevamente, la obligo a que me mire otra vez y esta vez, le hablo con un poco más de seriedad.

—Escúchame bien, Yesika—

Sus ojos brillan con cierto temor hacia mí mezclado con nervios, como si estuviera esperando alguna reprimenda o golpe de mi parte, cosa que no sucederá.

No me va golpear mujeres inocentes e indefensas.

No es mi estilo.

Respiro profundamente calmando mis instintos asesinos de salir y cortarle el cuello a su padre, pero me contengo para decir mis siguientes palabras.

El amor del ZarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora