Epílogo

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Xander.

Plovdiv, Bulgaria.

Observo de manera detenida el tablero que se encuentra frente a mí, antes de que tome una de las torres entre mis dedos para colocarla en otra casilla mientras espero pacientemente a que mis contrincantes hagan su movimiento, seguro de que no podrán encontrar una salida a mi jugada.

Este juego tiene que ser mío.

Arqueo una ceja con curiosidad al ver las sonrisas malvadas que se pintan en sus labios y con seguridad, toman a la reina para hacer un movimiento que no espero y mis cejas se arquean con evidente sorpresa ante sus exclamaciones.

—¡Jaque!— dice Desmond.

—¡Mate!— termina Stefan.

Frunzo profundamente las cejas ante sus palabras, niego varias veces.

—¿Qué? No, es imposible— mis cejas se fruncen más, vuelvo a negar— no pudieron haber ganado, engendros—

—Ganamos, papi— exclaman los dos al unísono, me sacan la lengua en represalia— ¡Papi perdedor!—

Gruño por lo bajo en evidente desacuerdo que hace reír a mis hijos, pellizco el puente de mi nariz mientras ladeo mi cabeza, analizando con detalle el tablero de ajedrez en busca de un contraataque que pueda darles, pero es inútil.

Mierda.

Bufo en frustración, negándome a creer que es la tercera partida que pierdo contra mis propios hijos. Entrecierro mis ojos en su dirección, al ver que sus sonrisas llenas de maldad y victoria se ensanchan aún más ante mi cara de enfurruñamiento que los hace reír de nuevo.

—Malditos mocosos, estoy seguro que hicieron trampa...— siseo, se ríen con más gracia— es eso, ¿no? Engendros, más vale que no hayan hecho trampa por que me las voy a cobrar...—

—¡Eso es mentira!— exclama Desmond, rodando los ojos. Igualito a su madre, en ese aspecto— ¡Eres mal perdedor, papi!—

—Eso no es cierto—

—Lo es, papi— argumenta Stefan, resoplo. Se ríen— no llores, papi. A mami, no le gusta verte llorar por ser un mal perdedor—

—¿Me estás llamando llorón, Stefan?—

—Sí— cruza sus pequeños brazos encima de su pecho, no puedo evitar reírme— no seas un mal perdedor, papi—

—Ya deberías acostumbrarte que sacamos la inteligencia de mami— le sigue su gemelo, sus ojos negros me miran con malicia— por algo, siempre ganamos en el ajedrez—

—Eso fue suerte, mocosos—

—¿Se pueden ganar tres partidas de ajedrez con suerte, papi?—

—Eso...— abro y cierro la boca en busca de un buen argumento, suspiro en falsa resignación— demonios...—

—¡Papi es un mal perdedor!— comienzan a cantar para bajarse de la silla, dando pequeños brincos alrededor de mí que me arranca una risa— ¡Muy malo!—

—¡Vengan aquí, engendros!—

Me pongo de pie para comenzar a corretear a mis hijos por toda la biblioteca de nuestra casa, Desmond y Stefan al tener más energía que uno, logran escabullirse de mi primer intento para ocultarse detrás de las estanterías de cientos de libros.

—No sean unos engendros cobardes...— digo en voz alta.

Sin borrar la sonrisa de mi rostro, comienzo a moverme por los pasillos medio estrechos para la complexión de mi cuerpo mientras que algo de polvo, me hace estornudar. Lo que me recuerda que debo pedirle a las de la limpieza, que lo hagan de forma más profunda.

El amor del ZarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora