Capítulo 32.

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Desolación.

Madison.

Cuarenta y ocho horas de secuestro.

El peso del tiempo recae en mí, no tengo la menor idea de cuánto llevo aquí. Perdí el rastro del tiempo luego de ver a mi padre traicionarme por poder.

Mi estómago se siente acalambrado preso del hambre que me abunda y mis labios están secos al igual que mi boca.

Nadie ha venido a este lugar en mucho tiempo. Michael no ha vuelto y Ethan tampoco. Agradezco que no lo hagan, pero necesito agua.

Algo fuerte suena acelerando los latidos de mi corazón, arrastra una cuchara por las rejas de la celda haciendo un ruido ensordecedor.

—Hora de comer cariño, debes ganarte esta comida —Ethan abre la celda dejando la comida asquerosa en una esquina—. Estoy deseando correrme en tu boca.

—Mátame. —Le suplico. Prefiero eso a tener que vivir la humillación de que me haga masturbarlo con mi boca de nuevo.

—Oh, no, muerta no me sirves de nada —desabrocha la bragueta sacando su asqueroso pene—. Vamos, abre tu boca para mí.

Me niego y empieza a masturbarse frente a mí, sus gemidos me hacen cubrir mis odios tratando de detener las lágrimas. Lo hace hasta que termina esparciendo su semen en mi hombro que se cubre con la chaqueta.

Me siento humillada, asquerosa y repugnante.

—Mátame, por favor. —Le ruego temblando de miedo y asqueada de mi misma.

—Te dije que no. —Patea el plato de comida y me lanza una botella de agua—. Aquí tienes y economízala que no la tendrás en al menos dos o tres días.

—No quiero tu asquerosa comida, tampoco el agua o nada que provenga de ti —me levanto sin fuerzas para mirarlo—. Te las puedes llevar muy a la mierda contigo.

Levanta su mano dando el golpe que manda señales de dolor en toda mi cara, caigo al piso con mi cara sobre la comida aplastándola. La sangre se desliza sobre mi mejilla, acaba de rasgarme el pómulo.

Arde y duele.

Me levanta empuñando mi cabello tan fuerte que siento como si me estuviese arrancando la piel del cráneo. Estrella mi cara contra la pared aumentando el dolor, lo hace una, dos, tres... tantas veces que dejo de sentir y pierdo el conocimiento.

Despierto sin poder sentir un lado de mi cara, lo toco y mi mano se empapa de sangre. Grito, presa de la tristeza. Me levanto golpeando las rejas de la celda que usan como habitación consecutivamente hasta que mis manos duelen.

—¡¿Por qué a mí?! —Grito mirando al techo, reprochándole a Dios—. ¡¿Qué hice tan mal para merecer esto?!

Caigo de rodillas al piso, las gotas de sangre manchan la cerámica.

—¿Qué estoy pagando? —Susurro casi sin poder hablar por el dolor en mi pecho—. ¿A quién hice tanto daño?

«Setenta y seis horas de secuestro»

Michael Blake es quien atraviesa la celda mirándome con asco.

El semen seco sigue en mi hombro, tengo la mitad del rostro lleno de sangre, mis manos con pequeños cortes por golpear tanto la celda, mis ojos hinchados y el cabello vuelto mierda.

No lo miro y sigo vuelta un ovillo en el piso. Las lágrimas silenciosas se deslizan por mi rostro cayendo sobre el frio piso.

—No sé qué hice mal contigo, nunca me has podido dar un orgullo, algo que presumir, nada...

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