Capítulo 50.

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Eine besondere natch.

Madison.

Caminamos por la playa tomados de la mano, debo sostener un poco mi hermoso vestido para no ensuciarlo.

Los tacones los llevo en la mano izquierda mientras mi mano derecha está entrelazada a la suya. Hace tres horas que estamos comprometidos.

¡Comprometidos!

Volvimos a la pista y salimos de la avioneta, el hombre nos esperaba ahí con la grand Cherokee y nos trajo a Brighton Beach. Aquella playa donde caminamos el día de mi cumpleaños mientras las olas empapaban nuestros pies tal como lo hacen ahora.

El sol hizo su retirada dando paso a la hermosa luna llena y al cielo estrellado, milagro de Dios que no está lloviendo o nublado.

Caminamos hasta llegar a una casa de playa, no estamos en el área pública de Brighton Beach sino en la zona hotelera y privada. Esta debe de ser una de sus tantas propiedades.

Es hermosa y moderna. Es de dos pisos con grandes ventanales. No la he visto por dentro, pero mi prometido tiene muy buenos gustos, así que dudo que sea fea.

Y así es. Es hermosa. Es amplia y con una vista para envidiar.

Pasamos de la entrada y dejo los tacones en el piso, él sale unos segundos a la parte trasera de la casa y vuelve a mi lado.

—Tu siguiente sorpresa de la noche te espera —señala la parte trasera.

Salgo, pero no veo nada.

—¿Es algún tipo de broma? —Levanto un poco el vestido bajando los tres escalones que llevan a la parte trasera.

Esto es un paraíso. Más que un jardín parece una mansión al aire libre.

Tiene una piscina enorme, muebles en tonos grises oscuros y blancos, luces que lo hacen ver aún más lujoso, palmeras, tumbonas y un gran comedor.

—Está sobre los muebles. —Camino con él detrás de mí y el grito que sale de mi boca es acompañada por pequeños saltitos.

Corro al sofá tomando al hermoso labrador retriever de pelaje amarillento, es un cachorrito pequeño y hermoso.

Lo tomo del sofá y lo cargo como si fuese bebé, acaricio su pancita mientras él respira sacando su lengua.

—Qué hermoso eres. —Le hablo como si fuese bebé.

Me detengo observando la hermosa correa con una medalla dorada en forma de corazón con las iniciales «MB» pero con un espacio arriba, imagino que para su nombre.

Levanto mi cabeza observando a mi prometido, viene a mi dirección con las manos en los bolsillos. Da un beso en mi frente observando al perro con recelo.

—Ahora estaré un puesto más abajo en tu lista de prioridades —asume. Me hace sonreír.

—Ese lugar es tuyo y de nadie más —sonríe, sé que cada que digo algo así el ego se le hincha—. ¿Cómo se llama?

Pegunto señalando al perro con la cabeza. Enarca una ceja mirándome.

—Es tuyo, ponle el nombre que quieras, es tu perro y tu responsabilidad, no andaré por ahí limpiando sus desastres.

Ay cariño, si ya está más que claro quién manda aquí.

—Claro —me limito a decir—. Se llamará Pluto.

—¿Cómo el de Mickey Mouse?

—Sí. Será, Pluto Maxwell Blake —me siento sobre el sofá y él hace lo mismo. Pongo al perro en mi regazo—. Es nuestro primer hijo —digo y se echa a reír.

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