Extra: Final alternativo.

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Theo.

—Es ahí. —Señala la bodega gigante, casi parece el hangar de un avión por lo grande que es.

—Quédate con él. —Le digo y bajo del auto desenfundando el arma, no sé qué hay dentro o quien está adentro.

Abro la puerta que cede bajo el disparo, no tengo tiempo de buscar llaves, ella podría estar mal ahí adentro.

Entro, está oscuro y vacío. Mi vista localiza el cuerpo tendido en el piso y la sangre que corre de él.

Mierda.

Corro a su dirección, la volteo y al estar sin nada debajo de la chaqueta puedo ver las marcas de golpes, tiene las pisadas de botas de hombre marcadas en el abdomen. Percibo el hueso roto que sobresale en su costilla y el disparo en su pierna, la mitad de su cara esta cubriera de sangre.

Maldita sea, me la jodió de la peor manera, está mal, muy mal.

—Madison —muevo su cabeza tratando de que reaccione y no lo hace—. Joder.

La cargo en brazos, la sangre proveniente de su pierna gotea manchando el piso. Camila se gira en mi dirección y se va al lado del conductor al instante.

Me meto en el lado del copiloto con Madison en brazos, golpeo la cabeza de Ethan dejándolo inconsciente, no me da la cabeza para estar pendiente a él y dejarlo despierto sería un descuido.

Camila acelera en toda velocidad al hospital más cercano, hago presión en la herida más grande tratando de ayudar. Abre los ojos, sus párpados lucen cansados, no se abren por completo.

—Estoy aquí, estoy contigo. —Susurro.

—No eres real —cubre sus oídos, llorando—. Ethan, detente, por favor.

Golpea mi pecho, mi corazón, me doblega ante el dolor de verla así. Está alucinando por la cantidad de sangre que ha perdido, deduzco que también lleva estos cinco días sin comer ni tomar agua.

—No soy Ethan, soy yo, mi amor —hablo destapando sus oídos. Sigue llorando—. Estoy aquí, vine por ti.

Llora desvaneciéndose en mis brazos otra vez.

Llegamos al hospital mediocre que estaba cerca, no me gusta, pero necesita uno urgente. Bajo rápido del auto y los camilleros corren a mí con una camilla en mano, las enfermeras se abalanzan sobre nosotros.

La dejo en la camilla y corro con ellos negándome a apartarme. No puedo. Abre los ojos por mínimos segundos y tomo su mano, intenta sujetar la mía, pero no tiene la fuerza suficiente.

Ese brillo que solía ver en esos hermosos ojos color miel ya no está ahí, no brillan más, se ven agotados, hartos y tristes. Lágrimas empiezan a rodar por sus mejillas.

—Nena, estoy aquí, estoy contigo, estoy... —el ardor y el nudo en mi garganta no me permiten seguir hablando.

—Yo... yo... te amo —logra susurrar.

—Yo también te amo, lo hago con toda mi vida. —Le habló bastante fuerte para que me escuche aún en su estado de inconsciencia.

La enfermera abre la puerta entrando directo a la parte donde se supone los familiares no pasan, pero yo no, no me quedaré aquí. Intento entrar y un enfermero se me atraviesa

—Señor, no puede pas...

—¡Quítese joder! ¡¿No ve que me necesita?!

—¡No puede pasar!

El desespero me nubla la conciencia y tomo el arma apuntándolo. Palidece bajo el cañón frío.

—Quítese, dije que pasaré y lo haré, es mi mujer y me necesita.

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