Extra:Secuelas.

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Este extra está situado tres años después de la boda. (Los mellizos tienen dos años casi tres).

Theo.

Termino de subir a los mellizos a la parte trasera de la Range y debo encargarme solo, ya que mi esposa está perdida en su mente.

Estamos cerca de la fecha donde sufrió el secuestro y a pesar de la terapia suele tener recaídas cerca de estos días. Hoy hace exactamente tres años del secuestro y se pasó toda la mañana depresiva y encerrada en la habitación.

—Mami... —Zaid le habla, pero no contesta. Solo está viendo hacia el frente en silencio.

—Zaid, mamá está cansada —termino con ellos y subo al lado del conductor—, déjala unos momentos, cuando lleguemos a casa de los abuelos le dices.

Mis hijos guardan silencio cada uno con la vista perdida en su ventana. Observo de soslayo a mi esposa que al salir de nuestra casa solo observa el camino descansando la cabeza sobre el vidrio de la ventana.

Ni siquiera pudo vestirse y solo la ayudé con una sudadera y unos pantalones de algodón. Iremos a la mansión de mis padres a pasar el fin de semana para que los mellizos convivan con sus abuelos y tío, pero no notamos que las fechas coincidían con este maldito día.

El terapeuta dice que es algo que experimentan los soldados luego de una guerra y es normal que en fechas cercanas y el día exacto la persona sufra recaídas de este tipo. Lo que tiene es TEPT (trastorno por estrés traumático) y es algo que puede tardar años en superar, pero mi chica es fuerte y lleva una vida normal a pesar de tenerlo y de aún no superarlo del todo.

Luego del nacimiento de los mellizos su fortaleza creció y gracias al cielo no ha vivido ataques de ansiedad, pero las recaídas o episodios aún no se eliminan del todo. Cuando sufre estos episodios es como un cuerpo sin alma, como si estuviese en un estado donde solo está ella y nadie más. No habla, no come, no duerme y llora todo el tiempo.

Mis padres cambiaron de residencia y ahora viven en Manchester nuevamente, cosa que este día no me agrada porque el encierro empeora su estado.

Luego de dos horas de viaje, miro hacia atrás, notando que los mellizos están dormidos, Madison se durmió hace más de una hora y lo agradezco a Dios.

Conduzco en silencio, pero uno de los mellizos se levanta llorando, Aitara. Trato de calmarla mientras conduzco, pero está estresada por el encierro. Sus llantos aumentan y freno en seco en plena carretera cuando Madison empieza a temblar a mi lado.

Le quito el cinturón tratando de despertarla, pero no lo hace, los llantos de mi hija cesan y ambos nos miran asustados.

Está tan empapada de sudor que el cabello se le pega a la frente, pero sus manos y rostro están helados. La muevo y trato de tocar su rostro, pero me toma de la muñeca tan fuerte que entierra sus uñas en mi piel. Murmura cosas sollozando y entro en desesperación al no saber qué hacer.

—Nena... por favor, abre los ojos —ignoro el hecho de que me está enterrando las uñas y acuno su cara entre mis manos—, Madison, nena... estás aquí, estás conmigo.

Su pecho se agita y los mellizos hacen preguntas asustados, muevo su cabeza con más fuerza tratando de que razone cuando las lágrimas empiezan a deslizarse en sus mejillas.

—Madison, despierta —mi voz sale más fuerte—, Madison.

Abre los ojos, asustada, suelta mi muñeca y me mira horrorizada... no me está reconociendo...

—¡Aléjate! —grita apartándome.

—¡Mami! —los mellizos gritan con el grito que pego.

Abre la puerta saliendo del Jeep. Abro la mía saliendo rápido detrás de ella.

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