Capítulo 34.

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Avenir.

Madison.

El olor a hospital se cuela en mis fosas nasales. La cánula nasal me molesta, la parte superior de mi costado derecho duele, mis costillas. Siento el cuerpo entumido y adolorido. Alguien sujeta mi mano con una fuerza que me la acalambra, lo hace como si no quisiese soltarme.

Abro mis ojos, como puedo, ya que uno de ellos está bastante golpeado, el del mismo lado donde me estampó Ethan contra la pared.

Mi pecho se exalta acelerando los latidos de mi corazón al ver a Theo, el tamborileo en mi pecho retumba cada vez más fuerte.

Está dormido apoyando la cabeza en una parte de la camilla y sentando en una silla, sostiene mi mano y recuerdo lo que me dijo Michael; no come, no duerme, no ríe... debe estar agotado.

Muevo mi mano, ya que hablar me cuesta. Aprieto la suya y empieza a despertar, inconscientemente entrelaza nuestros dedos y luego reacciona despertándose de golpe.

—Maddie... —acaricia mi cabello incorporándose, mi barbilla tiembla ante su voz.

Estos cinco días de martirio pasan repitiéndose en mi cabeza como una película incesante hecha para torturarme. Suelto su mano sintiendo asco de mi misma. Su rostro cambia por completo, la alegría se remplaza con la tristeza. Mis ojos dejan caer las lágrimas que él limpia tratando de detenerlas.

Aparto su mano volteando mi cara, no me siento con el valor para verlo.

—Déjame... —le suplico con un hilo de voz.

—¿Qué sucede? —Indaga preocupado—. Ya estás a salvo... lo lamento, nena, sé que no te saque a tiempo de ahí... llegue tarde y deje que te jodieran demasiado...

Las lágrimas siguen cayendo.

—No quiero verte, no es por ti, es por mí —explico girándome a verlo—. Me siento sucia... asquerosa y humillante... no tienes idea de las cosas que tuve que pasar y limitarme solo a cubrir mis oídos tratando de pensar que no estaba ahí, que no era real...

Se sienta en la cama y me apoya contra su pecho delicadamente para no lastimar mis heridas, me siento protegida estando rodeada por sus brazos mientras acaricia mi cabello como si fuese una pequeña.

Pero eso no aparta la sensación que abunda mi cuerpo y mente; me siento usada, sucia, humillante y no merecedora de otra cosa más que estar sola. La película se repite en mi cabeza... como me obligó a masturbarlo con mi boca... su semen esparciéndose en mi hombro... los golpes... el hambre... las arrastradas. Es algo que no creo superar.

Me desvanezco en sus brazos llorando cual niña pequeña, los espasmos surgen por la sofocación en mi pecho. Él me mantiene sujeta y por el respirar de su pecho puedo deducir que también está llorando.

—Tengo asco de mí.

Confieso ganando que aparte mi cara de su pecho, puedo ver su rostro que también está empapado de lágrimas, sus ojos rojos y cristalizados.

—Me siento asquerosa...

—No eres tú quien debería sentirse así, son ellos... son dos cerdos que pagarán caro por lo que te hicieron, lo juro... —limpia las lágrimas de mis mejillas—...eres fuerte, eres mi reina —sonríe débil—, mi abeja reina, eres más fuerte que esto y sé que en estos momentos sientes que tu mundo acabó y que no mereces nada, pero no es así...

—Me golpeó demasiado... —le cuento pasando mi débil mano por sus mejillas para limpiar los rastros de las lágrimas, me mantiene abrazada—...me estampó contra una pared tantas veces hasta que no resistí más y me desmayé, por eso tengo todo este lado amoratado y partido —señalo la parte de mi rostro que duele como un carajo.

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