THREE

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DÍ VUELTAS SOBRE MI CAMA UNA Y OTRA VEZ INTENTANDO NO ABURRIRME, me estaba resultando sumamente complicado, más aún con el calor que hacía en mi cuarto, estaba de más molesta.

Hacía días que no iba a casa de Andrea, hacía semanas que no intercambiaba palabras con el delincuente de problemas pulmonares y hacía horas que mi mamá no dejaba de romper las pelotas queriendo saber dónde había estado los últimos dos meses puesto que mi hermano le había dicho que no me había visto en semanas.
Aún y cuando le dije estar en casa de nuestros vecinos, que mentira no era, ella no me creyó y así fue como terminé encerrada en mi habitación sin teléfono, sin música y sobre todo sin vida social.

Me pasé las manos por la cara antes de levantarme a cerrar las cortinas, plena tarde de un día soleado y perfecto para salir a pasear pero ahí estaba yo, no era un castigo porque mamá no me había obligado pero sabía bien que si ponía un solo pie fuera de casa me dejaría encerrada como a Rapunzel, como si no lo estuviera ya.
Mi hermano por su parte no había tenido represalias por haberse ido a dios sabe dónde aún y cuando volvía a casa a las tantas de la noche con olor a cigarrillo y dado vuelta.

— Rollinga de mierda.— Apreté los puños de la rabia, lloriqueando en silencio. Decidí dejar de fingir la demencia y aceptarla como propia, fantaseando con lo que estaría haciendo si no estuviese encerrada.
Quizá estaría en la plaza, en las hamacas con Andrea, balanceándome mientras le sacabamos el cuero a mi hermano, o lo gastabamos a Lucio, tomandonos una limonada en la sombrita.
Capaz incluso estarían los chicos y podría mirar disimuladamente sin disimulo a Mihail, que hablando de él se había comportado muy amable la última vez que lo ví... hacía ya como un mes.

Me daba bronca, me daba muchísima bronca estar encerrada en lo que creía iban a ser los últimos días soleados del mes solo por el pajero de mi hermano.
Pensaba quedarme más tiempo en mi pieza justo cuando me sonaron las tripas, no había comido nada y ya iban a ser casi las dos de la tarde, bajé las escaleras de caracol a ritmo tortuga, arrastrando los pies.

— Buenos días.— Me saludó mamá, mientras salía de la cocina en dirección al salón, pude respirar con más facilidad, el aire era fresco abajo, no como en mi pieza que hasta dolía cada aspiración que tomaba.

— Buen día, mami.— Le respondí algo apagada, siguiendo mi camino. Cuando llegué a la cocina abrí la heladera sin fuerzas, había comida para dos meses masomenos, agarré pollo crudo y prendí la hornalla, tan solo esperaba que mi hermano no bajara mientras yo estaba cocinando.

Corté todo en pedacitos y le mandé sal, después me puse a mezclar azúcar y salsa de soja en una sartén chiquita. Sonó el timbre de casa, pero no le dí bolilla, que atienda otro.
Mientras se hacía la salsa saqué arroz de la heladera y lo metí en una olla mandándole agua, no tenía ganas de cocinar mucho tampoco.
Miré por la ventana el día lindo que hacía, quizá si le pedía permiso a mamá podía fingir ir a comprar algo y escaparme a casa de Andrea.

REFLECTIONS | Misho AmoliWhere stories live. Discover now