THIRTY-FOUR

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ÚLTIMO DÍA DE LAS PEQUEÑAS VACACIONES, doy vueltas en mi cama una y otra vez intentando conciliar el sueño pero no puedo.
Me giro a un costado y lo veo, allí dormido, se ve tan en calma, me hago una bolita a su lado para mirarlo. Algunos rayos de sol comienzan a entrar por la ventana y se que no falta mucho para que se despierte, no quiero que lo haga.

Hace un día hermoso para quedarse acostado en cama haciendo fiaca, probablemente es lo que hagamos al menos gran parte de la mañana, su alarma suena, son apenas las seis. Se despereza levemente, estirándose a agarrar su teléfono por encima de mi, cuando apaga la alarma se deja caer en mi pecho, lo envuelvo en mis brazos mientas se queja en voz baja.

— Buenos días.— Murmura sobre mi piel, le paso las uñas a lo largo de la espalda para que relaje los músculos, cae como peso muerto.

— Shh.— Lo callo mientras me rasco los ojos con la otra mano.— Es muy temprano para decir eso.—

Y sin esperar más, tiro de las sábanas para taparnos a ambos. Me gusta tenerlo así, dormido sobre mi, me gusta cuando se pone blandito. Su barba de pocos días me raspa el cuello cuando se acerca a dejarme unos besos, me acaricia debajo de las sábanas de manera suave pero insistente, sus manos viajan desde mis piernas hasta mi cintura, pego un brinquito como si me electrocutara y él se rie.

— Siempre es muy temprano para ti.— Parece haberse despertado del todo porque despega su nariz de mi cuello y me mira con esos hermosos ojos azules intensos, yo también me desperté aunque su presencia me mantiene embelesada, podría abrazarlo y volver a dormir.

— Hoy es especialmente temprano.— Le recuerdo, o reclamo más bien, mientras juego con los mechones en su nuca, parece entretenido con alguno de los lunares en mi cara, los besa y vuelve a mirarme.

— Tengo que ir a entrenar.— Suspiro quejosa, no se había tomado un descanso desde que llegamos, decía que quería eliminar esos kilitos que a mí tanto me gustaban.

— Quedate conmigo.— Le supliqué, negó con la cabeza, con una rapidez mental inesperada le rodeé el torso con las piernas como si eso fuera a hacerlo quedarse.

— Sabes que puedo levantarme contigo a rastras igual.— Hice un mohín y él se levantó de golpe de la cama, dándome el tiempo justo para aferrarme a su cuello, la calefacción nos abrazó el cuerpo a ambos mientras caminaba por el piso de alfombrilla.— Siempre puedes hacerme compañía.— Me sostuvo con un brazo.— Quizá y hasta logre que dejes yoga y te pongas a entrenar conmigo.—

REFLECTIONS | Misho AmoliWhere stories live. Discover now